"Monseñor Romero, fiel al Espíritu". En el 41º Aniversario de su asesinato.

 

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Monseñor Romero, fiel al Espíritu

  

En El Salvador, la más pequeña república del continente americano, marzo es tiempo de aniversario. Un mes con dos fechas de un enorme significado para el país. El 12 de marzo del año 1977 moría asesinado el sacerdote jesuita Rutilio Grande. Este hecho iniciaba un período de represión contra el clero católico nacional que había asumido, entre sus compromisos pastorales, la defensa de la mayoría empobrecida y la denuncia ante la injusticia social y económica sobre la que estaba construido el estado salvadoreño. Un día como hoy, el 24 de marzo de 1980, tres años después, era asesinado de un disparo en el corazón el Arzobispo de San Salvador Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Un obispo que tuvo que discernir su papel dentro de una coyuntura nacional protagonizada por la cruel violencia política y la preparación de las condiciones de la guerra civil que estallaría diez meses después. Su discernimiento le llevó a convertirse en “la voz de los sin voz”, a denunciar constantemente las condiciones de exclusión económica y política de la población y a señalar la peligrosa polarización del país. 

La desaparición física violenta de Monseñor Romero, al igual que la del P. Grande y la de tantas otras personas anónimas para el gran público, le situó en uno de los espacios protagónicos de la época más determinante de la historia de El Salvador. Quienes alentaron y promovieron su asesinato pensaban que con su muerte finalizaría la incómoda denuncia pública ante la represión político-militar e iniciaría un tiempo de silencio provocado por el miedo. Creyeron, además, que el recuerdo del obispo de San Salvador caería en el olvido y desaparecería de la memoria del pueblo. Sin embargo, quienes vivieron su palabra y su ejemplo como un aliento a su causa de justicia lograron mantener su voz y difundir su pensamiento. Hoy, Monseñor Romero se ha convertido en el salvadoreño más universal y es referente necesario para entender el proceso de encarnación e historización del evangelio en las realidades concretas de mujeres y hombres. Además, desde el 14 de octubre de 2018, es santo de la Iglesia Católica. Antes las iglesias anglicana y luterana le habían incluido en su santoral oficial y en su calendario litúrgico.


El camino de Oscar Arnulfo Romero hasta San Salvador

 

Oscar Arnulfo Romero nació en el año 1917 en Ciudad Barrios, municipio de la zona oriental de El Salvador. Segundo hijo de una familia de ocho hermanos, desde niño expresó inquietudes hacia la religión y el sacerdocio. A temprana edad se incorporó al Seminario Menor en San Miguel y posteriormente fue enviado al Seminario Mayor ubicado en San Salvador, regentado en aquel momento por los jesuitas. Como parte de su proceso formativo se le trasladó a Roma donde se ordenó sacerdote en 1942, ciudad en la que permaneció para especializarse en estudios de teología ascética. Fue un hombre muy interesado por el conocimiento de la doctrina y el pensamiento religioso católico. 

En su regreso a El Salvador se le destinó inicialmente como sacerdote de su localidad natal, Ciudad Barrios, siendo trasladado pocos años después a la ciudad de San Miguel, capital del Departamento. En 1967 es llamado por la Conferencia Episcopal para desarrollar algunos cargos internos por lo que se desplaza a la capital del país, San Salvador. En 1969 es designado Obispo Auxiliar del Arzobispo de San Salvador, siendo nombrado en una ceremonia el 21 de junio del año siguiente. Entre las responsabilidades asignadas a su puesto se encontraba la dirección del periódico semanal de la Arquidiócesis, desde donde difunde un pensamiento religioso conservador y muestra fuertes y contundentes críticas hacia algunos grupos de la iglesia salvadoreña que, en aquel momento, empezaban a denunciar las situaciones de injusticia y pobreza en la que vivía la mayoría de la población.

En el año 1974 es trasladado y nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María. Casi tres años después, el 3 de febrero de 1977 se convierte en Arzobispo de San Salvador contra el sentir de los sectores comprometidos de la iglesia salvadoreña y con el aval de la oligarquía, la cúpula militar y la mayoría de los obispos, considerado por todos ellos un aliado fiel y silencioso.

 

Monseñor Romero en San Salvador

 

El año en el que Oscar A. Romero es designado Arzobispo de San Salvador inicia el proceso de acumulación extrema y agudización de la crisis prebélica en el país. Mientras sectores de la iglesia católica venían trabajando en favor de la formación y organización de campesinos y obreros -la población con mayor exclusión social y económica-, grupos formados por estudiantes y algunos de esos mismos campesinos y obreros decidieron pasar de las reivindicaciones pacíficas en las calles y pueblos a las acciones violentas coordinadas. Era la respuesta a su situación de pobreza, la imposibilidad de hacer sentir su voz y sus demandas ante los poderes del país, y el aumento de la represión por parte de los cuerpos de seguridad. El trienio 1977-1980, que antecedió a la declaración de guerra civil en 1981, estuvo caracterizado por numerosas desapariciones, secuestros y asesinatos a lo largo y ancho del país.

Monseñor Romero inicia su período de arzobispado capitalino en este difícil contexto. Llegaba a esa posición eclesial después de 35 años de sacerdocio y experiencia pastoral en el oriente del país. Durante esos largos años tuvo la oportunidad de escuchar y conocer la pobreza de la población y los abusos que terratenientes y miembros de la fuerza armada ejercían sobre los campesinos. Ante estas situaciones su comportamiento como hombre de la iglesia se fundamentaba en una ortodoxa formación religiosa recibida, en su conservadora manera de entender la actitud piadosa y su confianza hacia quienes ejercían el poder y la autoridad en el país. En escasas ocasiones su actividad pastoral había sobrepasado la escucha y reparación fraterna hacia quienes sufrían. Si bien nadie dudaba de su capacidad de afecto y acogida humana, se le consideraba un sacerdote conservador, tímido en su relación interpersonal, oculto entre libros y pensamientos intelectuales. Era, según estas características, el candidato perfecto del poder económico y político para desarrollar una trayectoria sumisa en el arzobispado de San Salvador durante estos convulsos años.   

Un mes después de su nombramiento como Arzobispo de San Salvador era asesinado el jesuita Rutilio Grande junto a un niño y a un campesino en la calle que une Aguilares y El Paisnal. El P. Rutilio era el párroco de la zona y coordinaba las acciones pastorales de un grupo de jesuitas, más jóvenes que él, que se identificaban con una iglesia que quería acompañar al pueblo campesino en su pobreza y en su anhelo de justicia. Monseñor Romero conocía bien al P. Rutilio y, aunque le había advertido con honestidad de sus dudas hacia su trabajo, de la peligrosidad de la zona y de las sospechas que levantaba el trabajo de su equipo entre la oligarquía y los militares, tenía plena confianza en él. El liderazgo que tuvo que ejercer como arzobispo en este difícil momento supuso un encuentro fundamental con el verdadero desafío que le esperaba y el inicio del reconocimiento por parte de quienes habían visto con recelo su nombramiento. La defensa de la memoria de un sacerdote respetado por él y querido por el pueblo al que acompañó le llevó a confrontar con la gran mayoría de sus compañeros obispos y con la cúpula militar. Por vez primera, los grupos de poder que habían aplaudido recientemente su nombramiento se sentían perplejos y enojados por la actitud del nuevo arzobispo. A partir de entonces, ante el aumento de la persecución contra sacerdotes, religiosas y catequistas, y del mantenimiento de la represión contra los campesinos y los sectores organizados de la población, Monseñor Romero iniciaría un progresivo y definitivo alejamiento afectivo e intelectual de quienes le respaldaron en su nombramiento.

 

El estilo de Monseñor Romero

 

Monseñor Romero, a lo largo de los sus tres años en el arzobispado, destinó importantes espacios para el silencio, la escucha y la oración. Conocedor de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola gracias a los jesuitas que le acompañaron en el inicio de su formación sacerdotal, reservaba periódicamente tiempo para tomar distancia de su frenética actividad y la alta tensión a la que estaba sometido. También dispuso de numerosos espacios de diálogo y reflexión. Semanalmente se reunía con su equipo de confianza, con quienes compartía dudas, de quienes escuchaba opiniones y a quienes solicitaba asesoría. Visitaba frecuentemente cantones, parroquias y grupos de la arquidiócesis, participando con la gente en sus celebraciones, angustias y esperanzas. Además, quiso mantener momentos de encuentro con las numerosas personas que acudían al arzobispado desde todos los puntos del país solicitando auxilio por su pobreza o por la represión que estaban sufriendo. Siempre dispuso de tiempo en su oficina del Arzobispado o en su habitación del Hospital de la Divina Providencia –donde vivía- para recibir a quienes le trasladaban en primera persona las penalidades a las que estaba siendo sometida la mayoría de la población del país. Sus vibrantes y brillantes homilías dominicales, retransmitidas por la radio YSAX del Arzobispado a todo el país, eran elaboradas de forma muy cuidadosa a partir de las informaciones y reflexiones recibidas durante la semana.

Durante sus tres años de arzobispado Monseñor Romero, aun sin ocultar su tendencia a la timidez, se convirtió en el embajador del pueblo pobre de El Salvador. Su manejo de la situación del país y de la información más relevante del momento, su voz contundente y clara, su forma sencilla y directa de comunicarse, le hicieron ser invitado por numerosas instituciones de distintos lugares del mundo. Recibió premios y distinciones pero siempre señalaba que era el pueblo sufrido salvadoreño quien realmente lo merecía. Su capacidad de denuncia y anuncio de la verdad también le sirvió para recibir la reprimenda severa del entonces recién elegido Papa Juan Pablo II. Si de su primera visita al Vaticano como Arzobispo, con Pablo VI aún con vida, regresó a El Salvador con una clara sensación de respaldo, el viaje de vuelta después de su encuentro con Juan Pablo II se convirtió en una experiencia de tristeza y decepción. Percibió que Roma estaba cerrando las puertas a la fidelidad que la iglesia salvadoreña, y no sólo su arzobispo, le debía a su pueblo. Detrás de este desencuentro, que Juan Pablo II años después quiso superar en sus dos viajes a El Salvador con la visita personal a la tumba de Monseñor en Catedral Metropolitana, se hallaban las profundas diferencias que Monseñor Romero tenía con la mayoría de los obispos del país.

En su dimensión personal, Monseñor Romero nunca ocultó sus debilidades. En su diario, publicado años después de su muerte, reflejó la angustia que sentía ante la tarea que le había sido entregada y el miedo que le generaba la posibilidad de perder la vida. En numerosas ocasiones hace referencia a su dificultad de relacionarse, a su timidez y a su estilo serio y distante con la gente, a su dificultad para expresarse. Tampoco ocultaba sus dudas. Lejos de creerse un pensador o un analista, el establecimiento de sus criterios y la emisión de sus juicios eran fruto de la permanente escucha y la incesante pregunta. No olvidó entre sus reflexiones más profundas la ruptura interior que le supuso el distanciamiento afectivo e ideológico de las familias y amistades que frecuentó en sus 35 años de sacerdocio en el oriente del país. La contraposición de intereses en una coyuntura nacional tan tensionada le hicieron ser percibido por ellos como uno de sus enemigos.

Monseñor Romero fue asesinado un lunes por la tarde mientras oficiaba una misa de difunto en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, donde él vivía. Era 24 de marzo del año 1980, hace ya 41 años. Desde tiempo atrás las amenazas de muerte hacia él se habían multiplicado. Los escuadrones de la muerte, varios sectores del ejército, personas claves de la oligarquía nacional, se podían encontrar detrás de esas amenazas. Monseñor tomaba precauciones pero era consciente de su fragilidad ante la voluntad de asesinarlo. Si bien sentía pánico ante la posibilidad de morir, sabía que durante sus tres años al frente del Arzobispado habían sido acribillados numerosos campesinos, mujeres y hombres de la ciudad, estudiantes, sacerdotes y religiosas, y que la voz que públicamente había exigido el fin de la represión y la injusticia era la suya. En su último retiro espiritual realizado días antes de su muerte tomó conciencia de las consecuencias que estaba sufriendo por haber discernido y actuado con fidelidad evangélica en su papel como Arzobispo de San Salvador desde el inicio. En la misa vespertina del 24 de marzo de hace 41 años, en el inicio del ofertorio, una bala explosiva, disparada por un francotirador desde fuera de la capilla, le reventó el corazón. 

 

41 años de historia en El Salvador

 

El Salvador ha cambiado mucho en estos 41 años. La intensidad de estas más de cuatro décadas se refleja en la vorágine de hechos significativos que se pueden recoger en la historia reciente. La coyuntura que modeló a Monseñor Romero en su arzobispado y que protagonizó con su potente timbre de voz es distinta a la actual. Para muchas personas, su desaparición física violenta les hizo considerar que se habían cerrado completamente las posibilidades de una salida negociada al conflicto socio-político del país. La década de los 80 llevó a El Salvador a una de las guerras civiles más crueles del continente. No sólo El Salvador, toda la región centroamericana, con injerencia de Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba, se convirtió en el campo de batalla que Monseñor quiso prevenir. La década siguiente arrancó con la firma de los acuerdos de paz en enero de 1992 y el proceso de posguerra y transición, posiblemente una gran oportunidad para la refundación de la república salvadoreña.

Monseñor Romero hoy en El Salvador sigue siendo un ejemplo de fidelidad y de discernimiento. Han pasado 41 años pero su figura, no exenta de controversia en un país en el que siguen vivos quienes colaboraron con él y quienes desearon su muerte, ha ido recobrando fuerza y sentido. Ha superado las fronteras geográficas y religiosas, y se ha convertido en un hombre ejemplar en diferentes lugares del mundo.

 

El liderazgo de Monseñor Romero

 

La convulsa historia de El Salvador deberá guardar un espacio para Monseñor. La influencia de sus tres años desde el arzobispado de San Salvador y la que ha ejercido en el pensamiento y acción de muchos salvadoreños y salvadoreñas es significativamente mayor que la que le hubiese correspondido simplemente por su responsabilidad religiosa. Su palabra fue mucho más allá de la orientación pastoral a la comunidad católica del país. Logró aumentar la autoconfianza de un pueblo que había sido constantemente explotado y vilipendiado; trasmitió los valores del compromiso y la fidelidad con su palabra y con su vida; señaló los valores de la verdad y la justicia; marcó el rumbo de la búsqueda de un país construido sobre bases sociales, políticas y económicas diferentes. Su liderazgo se centró en el reconocimiento por parte de su pueblo, no en el poder formal por su nivel jerárquico; en la generación de ilusión, entusiasmo y sentido por la vida, no en el intercambio de favores e intereses; en la atención a las personas y sus realidades, no en las eficacias fáciles; en la búsqueda de cambio, no en el mantenimiento del orden establecido.

En muchos lugares del mundo sus fotografías y los libros publicados sobre él le hacen estar presente como pocos personajes de la historia del siglo XX. Pero seguramente no haya más satisfacción que encontrar su figura y su recuerdo entre las mujeres y los hombres que pueblan los cantones y las colonias de El Salvador.

 

Colofón a Monseñor Romero

 

“Ignacio seguía al Espíritu, no se le adelantaba. De ese modo era conducido con suavidad a donde no sabía. ... Poco a poco se le abría el camino y lo iba recorriendo. Sabiamente ignorante, puesto su corazón en Cristo.” (De Nadal, en la Autobiografía de San Ignacio de Loyola).


Eduardo Escobés


Materiales para profundizar en su vida y obra:

Proclámenlo santo. Exceso de equipaje.



Homilías Monseñor Romero (pinchar para escuchar)





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