Jon Artabe, compañero de la
comunidad CVX Arrupe Elkartea y del equipo de DSI, publicó en Deia el pasado
26 de noviembre un reportaje sobre Ignacio Ellacuría y su asesinato, junto a
otros cinco jesuitas y dos mujeres, en El Salvador hace 28 años.
En el 28 aniversario de la matanza de la UCA, se rememora
la figura de Ellacuría y su filosofía humanista mientras se vislumbra un halo
de esperanza esperando que se haga justicia.
El pasado 16 de
noviembre, como cada año, la Fundación Social Ignacio Ellacuría, entidad
dedicada a la atención a las personas migrantes, perteneciente a los jesuitas,
celebró en la capilla de Arrupe Etxea de Bilbao el 28º aniversario de la
matanza de la UCA en El Salvador, donde Ignacio Ellacuría fue asesinado junto a
otros cinco compañeros jesuitas, además de una trabajadora de la casa y la hija
de ésta. El mismo día, saltaba la noticia de que Estados Unidos aceptaba la
orden de extradición a España del coronel Montano, viceministro de Defensa de
El Salvador entre 1989 y 1992, quien podría ser clave para el enjuiciamiento de
los autores intelectuales de la masacre.
Ignacio Ellacuría era
el principal objetivo de la matanza. Portugalujo de nacimiento, estudió con los
jesuitas en Tudela, ingresando en el noviciado de la Compañía a los 17 años, en
1947. Tras un período de noviciado de dos años en Loiola, viajó para terminar
el mismo, primero, a El Salvador y, más tarde, a Quito. Regresó a Europa para
estudiar Teología en Innsbruck, donde tuvo de maestro al prestigioso teólogo,
también jesuita, Karl Rahner. Posteriormente, continuó su formación en Madrid,
realizando el doctorado en la Complutense bajo la guía de Xavier Zubiri, quien
fue su gran maestro, y del que se sentía continuador de su obra en lo
intelectual.
Su otra gran
influencia fue la Teología de la Liberación, que Ellacuría conoció tras su
vuelta de Madrid a El Salvador en 1967. En 1968 se celebró la conocida Asamblea
General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, en el que los obispos
hispanoamericanos, en la estela del Concilio Vaticano II y de encíclicas
sociales como la Populorum Progressio de Pablo VI, orientaron su actividad
pastoral hacia la “opción preferencial por los pobres”, denunciando la
situación de desigualdad y miseria de Latinoamérica y clamando por una Iglesia
profética que fuera capaz de promover la justicia y la paz.
Esto marcó el inicio de
la Teología de la Liberación, escuela teológica que trató de reflexionar acerca
de cuál debía ser la postura del cristiano y de la Iglesia en una situación de
violencia, injusticia y desigualdad como la que se vivía en Latinoamérica. Esta
escuela teológica fue nutriéndose de distintos autores, que desarrollaron una
obra singular, suscitando algunos de ellos recelo en las autoridades
jerárquicas eclesiales y también en las élites políticas latinoamericanas.
Ellacuría adoptó esta corriente, convirtiéndose en uno de los pensadores más
importantes de esta escuela, junto a Jon Sobrino, miembro también de la
Compañía de Jesús y compañero de la UCA.
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