Pedro Bolaños, de CVX-Gran Canaria, habla de deudas y gratuidades.
Seguro que todos
hemos oído alguna vez hablar de la deuda de favores. Quiero decir que en más de
una ocasión habremos actuado pidiendo algo porque te deben un favor o haciendo
algo porque le debo un favor a alguien.
Creo que el sentido
auténtico de un favor se corresponde con algo que hago sin obligación de
hacerlo y sin nada a cambio. Es decir, se trata de un acto totalmente libre o
voluntario, sin obligación, y desde la gratuidad, es decir, sin esperar nada a
cambio. Por eso, lo que antes llamaba deuda de favores choca frontalmente con
estos dos rasgos de la libertad y la gratuidad, y por tanto, ya no se trata de
favores sino de transacciones, de intercambios.
En una transacción o
intercambio comercial ofrecemos algo a cambio de otra cosa, que normalmente
suele ser dinero por un bien material o por un determinado servicio: Pero ese
intercambio puede ser también el hacer una cosa a cambio de otra cosa que hicieran
por mí.
Es curioso observar
que esta forma de actuar ha estado siempre presente en las relaciones
políticas; no sólo en las de otras épocas donde, quizá, eran más evidentes,
sino también en la actualidad. Es frecuente observar como muchas veces que se
producen negociaciones se intercambian, entre comillas, “favores” entre unos y
otros de los negociadores. Y esto, aunque nos hallamos acostumbrado a verlo
como normal no es ni decente ni aceptable, porque el sentido de la política
debe ser siempre buscar el bien común, y no sacar el mejor partido para mis partidarios
o mis particulares. Es lamentable que la búsqueda de la verdad a través del
diálogo, en el que se puedan exponer ideas y se deben asumir conjuntamente
compromisos para alcanzar el objetivo común haya derivado simplemente en
negociaciones, es decir en transacciones en las que se intercambian entre unos
y otros determinados bienes y servicios.
No creamos que esto
es algo que afecta sólo a los políticos. No seamos ingenuos. En el fondo no
deja de ser otra variante más del egoísmo que toda persona posee como algo
innato. Y el desafío lo tenemos en descubrirlo cuando se hace presente y
controlarlo para poder actuar de acuerdo con nuestros valores.
Sin darnos cuenta,
muchas veces nos encargamos de recordar a los que están a nuestro alrededor lo
mucho que hemos hecho por ellos, y casi siempre lo hacemos porque queremos algo
a cambio. Por eso estoy convencido de que el anonimato en la ayuda solidaria es
algo beneficioso, no sólo para quien recibe esa ayuda, sino sobre todo para
quien la ofrece, porque de esa manera está asegurándose la gratuidad de su
acción, y será entonces cuando se hará acreedora de la auténtica gratitud, que
no es otra que la de nuestro Padre del cielo, que es capaz de ver en lo oculto.
(Publicada en la web
de la Red Ignaciana de Canarias Anchieta el 9 de junio de 2013 http://www.redanchieta.org/spip.php?article1073)