Eutanasia y periferias. Equipo misión espiritualidad.




“El hombre ha sido criado…” Estas cinco palabras con las que empieza el Principio y Fundamento esconden tras ellas una concepción del hombre perfectamente acorde con el pensar general de una sociedad teocéntrica como la de aquel momento, y que es imposible mantener hoy en día, a excepción de la persona creyente. Para poder dialogar con la sociedad intentando establecer nexos de actuación es necesario también tener claro nuestros márgenes de actuación y qué los fundamenta. Y la base empieza por entender qué es el hombre (=persona). Frente a la descripción que realiza de persona la Real Academia Española como “individuo de la especie humana”, preferimos como definición desde una perspectiva más actual, según las ciencias humanísticas, como “aquel ser que toma consciencia de su propia identidad única e irrepetible, la cual se va construyendo mediante las relaciones que se establecen en sociedad”, es decir, como “ser en relación”.

Esta realidad obedece a un concepto antropológico del hombre que abarca tres pilares interrelacionados: la relación con uno mismo, la relación con los demás y la relación con Dios. En la medida en que uno de estos pilares se rompe, se llega a una cultura deshumanizadora. Claramente, si no se mantiene una relación adecuada con uno mismo surgen trastornos de conducta, depresión, etc., que han de ser tratados. Pero no es aquí donde nos queremos enfocar. Al romper la relación con el otro nos construimos en seres narcisistas y egoístas en busca de nuestro propio amor, querer e interés. Entonces, el otro, especialmente aquellos situados en las periferias existenciales, no interesan y no entran dentro de nuestros cálculos, y nuestras ocupaciones/deberes. Si mantenemos la apertura a la alteridad, al encuentro con el otro, pero perdemos el sentido trascendental de la vida, nos construimos en seres autónomos ligados a un concepto de libertad y dignidad humana en permanente construcción y variabilidad según los vientos de la sociedad (relativismo moral). En este sentido se enmarca el debate actual de la eutanasia, en donde bajo el concepto de una falsa compasión se intenta justificar el suicidio asistido[1]. El sentido trascendental de la vida por la que toda vida humana tiene una dignidad inmensa por el hecho mismo de haber sido amada por Dios[2], promueve un cuidado especial en la relación con los demás en la que el descentramiento de uno mismo permite acoger posibilidades de liberación y realización que llegan a transformar la sensibilidad que atraviesa al corazón, y a percibir el rostro humano de Dios. Esta concepción antropocéntrica permite eliminar la cultura del descarte instaurada en nuestra sociedad[3] y a buscar alternativas, y en concreto, en la realidad mencionada anteriormente, a la promoción, desarrollo y aplicación de cuidados paliativos en la fase terminal de la vida de todo ser humano. Estos tiempos líquidos[4], en los que apenas existen marcos de referencia en los que englobar el comportamiento humano, es deseable y necesario tener bien presente y fundamentado los nuestros, o nos confundiremos en esa masa líquida. Viene a la memoria el pasaje en el que Jesús pregunta a los discípulos que dice la gente de quién es Él. Y la respuesta de Pedro podríamos perfectamente cambiarla por “Tú eres el Hombre/hombre”.

Tomás Undabeytía
Equipo Misión Espiritualidad


[1] Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida. Comisión Episcopal de Apostolado Seglar. Editorial EDICE, Madrid, 2019.


[2] “El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» (Jr1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»”. Encíclica Laudato Si, núm.65.

[3] “Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del « descarte » que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son « explotados » sino desechos, « sobrantes »”.Encíclica Evangelii Gaudium, núm. 53.

[4] Bauman Z. Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. Tusquet Editores SA. 2007.