Oración mensual de Julio.- Equipo misión espiritualidad



Este texto de Franz Jalics nos permite ir a la esencia de toda vida espiritual, el anhelo de Dios en nuestra vida, un anhelo que no se apaga nunca, y que es constitutivo de nuestra esencia. Y esto significa ir reconociendo esas llamadas que nos van resituando interiormente y que nos van transformando la vida entera haciéndola eucaristía viva, un lugar de celebración y ofrenda de todo nuestro ser ante Aquel que le va dotando de sentido.

ANHELO DE DIOS

“Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17-31; Mt 19, 16-30; Lc 18, 18-30).

La vida eterna es la vida de Dios, Dios mismo. Con ello, ese joven está pidiendo acompañamiento espiritual. En el fondo del alma de cada ser humano late un anhelo de Dios. Es el saber innato de que nuestra patria no está en esta tierra, sino en Dios. En él está nuestro hogar.

El deseo se relaciona con algo que quiero tener. Sirve al yo. El anhelo es cualitativamente distinto. Tiene su origen en el fondo del alma y se dirige siempre a nuestra patria definitiva, a la vida eterna, a Dios. El anhelo busca regalarse y entregarse a Dios. San Agustín lo expresa bellamente: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El tramo de camino espiritual en el que el hombre se encuentra y aquel hacia el que puede ser conducido depende de la intensidad con que este anhelo de Dios se haya despertado en el hombre y de su capacidad de entrega al mismo. El anhelo de Dios, de lo eterno, de lo absoluto, determina la claridad y rapidez con que una persona reconocerá a los mensajeros de Dios, a sus profetas, también determina la medida en que se dejará conducir por ellos y se confiará a su palabra.