Siguiendo el camino
de la Cuaresma, desde el Taller de oración nos invitan
a rezar ahondando nuestra faceta misericordiosa dentro del contexto de la
lectura del profeta Joel que abría este tiempo de Cuaresma: "rasgad
vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se
arrepiente del castigo" (Jl. 2, 13).
Una de
las lecturas que nos ayuda a orar la misericordia de Dios es la parábola del
"Hijo pródigo" o también llamada del "Padre
misericordioso", ya que nos muestra las entrañas de misericordia de
nuestro Padre. Aunque muchas veces nos hayamos puesto en el lugar del hijo
menor, hoy te invitamos a ponerte también en el lugar del Padre y así poder
meditar las actitudes que encuentro en Él y pueden ser modelo para mi vida.
Un
hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la
fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes.
A los
pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó
su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una
carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Fue y se puso al
servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos a cuidar
cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los cerdos,
pero nadie se las daba.
Entonces
recapacitando pensó: ---A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan
mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le
diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Trátame como a uno de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre.
Estaba
aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó
al cuello y le besó. El hijo le dijo: ---Padre, he pecado contra Dios y te he
ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el
padre dijo a sus criados: ---Enseguida, traed el mejor vestido y vestidlo;
ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y
matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta.
El hijo
mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a casa, oyó música y danzas y
llamó a uno de los criados para informarse de lo que pasaba. Le contestó: ---Es
que ha regresado tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
recobrado sano y salvo. Irritado, se negaba a entrar.
Su
padre salió a rogarle que entrara. Pero él respondió a su padre: ---Mira,
tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has
dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. Pero, cuando ha llegado ese hijo
tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el ternero
cebado.
Le
contestó: ---Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que
hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había
perdido y ha sido encontrado. (Lc. 15,
11-32).
Son
muchas las reflexiones que podemos encontrar en esta parábola, pero pondremos
un énfasis especial en tres.
Por un
lado, la importancia del encuentro por encima de los motivos. Parece que la
parábola pone el acento en el hecho de que el hijo vuelve al encuentro, no en
que vuelva para deshacer el agravio cometido; pues desea volver debido a su
precaria situación personal y al descubrimiento de las carencias que tiene en
su vida.
Por
otro, la aparente indiferencia de Dios ante el pecado de su hijo. Pues
encontramos a un Padre que espera sin pedir justificación; abraza sin
preguntar; y hasta parece ignorar las razones que da su hijo.
Y por
último, la alegría. Una alegría desmedida, que hasta puede ser entendida como
injusta ante el razonamiento totalmente humano, lógico y hasta justo del
hermano mayor. Pero una alegría, al fin y al cabo que está por encima de los
impedimentos, y que restaura y rehabilita a quien se sintió en pecado.
Puedo
traer a la memoria y al corazón si encuentro en mi vida algo que me haga
alejarme del Padre o que me dificulte su abrazo ¿Le puedo poner nombre
concreto? También puedo buscar las ocasiones en las que en mi vida me he
sentido perdonado, abrazado, reconciliado y recordar los sentimientos que se
han producido en mí.
Me
puedo imaginar la escena del encuentro y puedo preguntarme si en mí hay un
anhelo del beso y abrazo de Dios. Recuerdo que la predisposición de Dios es
estar oteando el horizonte, es desear ese encuentro, es no pedir explicaciones,
es rehabilitar y provocar alegría en el corazón del hijo perdido.
Publicado en el blog “Taller de oración” de
CVX Valladolid: