Juan Antonio Senent, de CVX Sevilla, publica la segunda parte de su
reflexión sobre el uso de transgénicos en la agricultura ante la perspectiva de
la encíclica ecológica de Francisco.
En Europa, cuando pensamos en el uso de transgénicos en agricultura, las dos
preguntas que nos solemos hacer es si son saludables para el ser humano, es
decir, sobre su riesgo para la salud humana, y en segundo lugar, si su empleo
hace más eficiente la actividad agrícola. Por ello, si no hay evidencias claras
en la actualidad de que produzcan un impacto negativo en la salud humana o si
se muestra que optimizan la producción industrial de materias primas
alimentarias, las posibles dudas ante esta innovación estarían despejadas.
Pensamos así en el consumidor final y en la actividad productiva. Con ello damos
preferencia a las comunidades urbanas (“ciudadanos”) sobre las rurales
(campesinado y culturas tradicionales), y a la actividad económica sobre las
dimensiones ecológicas, culturales y religiosas de esa misma actividad. Ese
pensar ya ha jerarquizado la realidad social y las dimensiones humanas
implicadas que deben ser atendidas.
No es esta la perspectiva de Laudato si´,
que busca una posición integradora desde la riqueza de dimensiones de los
sujetos y la interpenetración de los procesos económicos, con los ecológicos,
sociales, culturales y religiosos. En suma, la actividad humana es unitaria.
Las distinciones conceptuales no deben hacernos perder de vista el carácter
integrado y complejo de cualquier actividad humana. De ahí el desafío de
alcanzar un humanismo integral y una ecología integral que haga justicia a esa
complejidad. Una mirada global (LS 135) que tiene un aliento ético y religioso,
desde el que se evalúa el carácter monodimensional y desajustado de algunas
prácticas tecnocientíficas actuales justamente por la exclusión sistemática de
las sociedades y culturas más vulnerables ante el “imparable” desarrollo modernizador.
Por ello, la crítica de fondo es
no sólo por el modelo antropológico que
vehicula esta tecnología, sino también por el carácter injusto ante las
víctimas sociales de este proceso productivo y ante el desprecio de la
biodiversidad natural y la sociodiversidad con la que la humanidad está llamada
a convivir y sostener.
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