El precio del pan y la muerte de inmigrantes en el Mediterráneo

Una vez más vence el poder coaligado con los intereses del dinero, en contra de los más desfavorecidos.

Aunque resulte difícil de creer, ambos problemas, la subida del precio del pan en la Inglaterra de comienzos del S. XIX y las miles de muertes acaecidas en el Mediterráneo en los últimos años están conectados: en el análisis de ambos los dirigentes políticos cometen una grave equivocación, la de confundir causa con efecto. Cómo diría un filósofo, una falacia de falsa causa. El no dominio del concepto de demanda derivada, para un economista. O confundir “el rábano con las hojas”, para cualquier graduado escolar.

Empecemos por el pan. Las controversias generadas por el desconocimiento del concepto de demanda derivada vienen de lejos. David Ricardo, autor perteneciente a la Escuela Clásica de economía política, ya se preocupaba a principios del S. XIX de estudiar “como se reparte el ingreso entre las clases sociales” y por tanto de luchar contra lo que él, (y otros compañeros de escuela, como J. S. Mill) creían una aberración socioeconómica de su país: los inmensos ingresos económicos que la nobleza inglesa, convertida en terrateniente, obtenía por la mera cesión del uso de sus posesiones a los agricultores, sin desarrollar ninguna aportación de valor y dedicando su tiempo al consumo desmesurado de bienes y posesiones de lujo. Para mayor descrédito aún de esta clase social, estos altos alquileres que los terratenientes cobraban a sus arrendatarios, se transmitían en forma de precios inasequibles al pan (bien básico en la alimentación de aquellos tiempos), lo que conducía al hambre y a la muerte por debilitamiento de la clase obrera. Para los intelectuales de su época el análisis lógico de esta situación era que esta mortandad provocada por el elevado precio del pan estaba generada por los abusivos alquileres, que los propietarios de las tierras cobraban a sus agricultores. David Ricardo, demostró paradójicamente que este silogismo era falso (lo que no evitó su persecución incansable de la nobleza). Los precios (abusivos) de los alquileres por el uso de la tierra eran el resultado de una demanda derivada, es decir, eran consecuencia de la fuerte demanda del producto final consumido por la sociedad inglesa: el pan. Para hallar la auténtica causa, había que mirar, hacia la elevada necesidad de alimentos básicos, generada por un acelerado crecimiento demográfico, y sobre todo hacia las Corn Laws (Leyes del Grano), aranceles a las importaciones de grano, que desde 1815 a 1846 protegieron a los productores ingleses y posibilitaron precios del grano muy superiores a los de libre competencia. Una vez más vence el poder coaligado con los intereses del dinero, en contra de los más desfavorecidos.

El pasado día 23 de abril, se reunieron, presionados por las tragedias de los últimos días, los 28 ministros de exteriores y de interior de la UE, en una Cumbre Extraordinaria sobre Inmigración. Los “Diez Puntos del Plan de Acción sobre la Inmigración” consensuados en dicho encuentro (http://europa.eu/rapid/press-release_IP-15-4813_en.htm) resultan realmente decepcionantes, y muy por debajo de lo esperado por el grueso de la sociedad europea. De las diez acciones, nueve se centran sólo en los efectos del problema. Se triplican los recursos destinados a la operación Tritón, gestionada por Frontex y cuya misión es: “apoyar la labor de los Estados miembros en el control eficaz de las fronteras en la región del Mediterráneo, y, al mismo tiempo, para proporcionar asistencia a las personas o los buques en peligro durante estas operaciones” (lo importante es lo primero). Pero una de ellas resulta, además, realmente lacerante para la moral: “Un esfuerzo sistemático para capturar y destruir buques utilizados por los contrabandistas. Los resultados positivos obtenidos con la operación Atalanta nos deben inspirar a las operaciones similares contra los contrabandistas en el Mediterráneo”. Comparar una operación de lucha contra la piratería de asesinos violentos en aguas de Somalia, con la tragedia humanitaria del éxodo de miles de africanos, que huyen de sus países de origen para escapar de la guerra, la persecución política o el hambre, debería avergonzar a nuestros dirigentes, o al menos a la conciencia de los que les votamos. Una vez más nuestros políticos caen en el error de no manejar bien el concepto de demanda derivada (o de ignorarlo cínicamente). Atacando a los efectos, incluidas las mafias que trafican con personas, no se ataja el problema. Hay que averiguar qué provoca la demanda final, es decir por qué la gente huye, qué evita que busquen formas más seguras de encontrar asilo. Se intuyen algunas respuestas: las guerras de Libia y de Siria, la necesidad y el hambre en muchos países del continente africano, el radicalismo islámico... Espero que dentro de unos años el epílogo final sobre el análisis de este problema no sea el mismo con el que finalicé el porqué de la subida del precio del pan en Inglaterra a finales del S. XIX: una vez más vence el poder coaligado con los intereses del dinero, en contra de los más desfavorecidos. Como europeo corresponsable, mi conciencia no me permitiría dormir tranquilo con esa carga.

Jose Antonio Molina Toucedo