He tenido la suerte de participar en la primera edición del Reloj de la
Vida en Zaragoza. Han sido seis sesiones en las que hemos tenido ratos para, recordar,
reflexionar, emocionarnos, tomar conciencia de dónde estamos, soñar planes
futuros….y para orar.
Pilar y Marga han dirigido las muy preparadas sesiones con agilidad,
gestionando bien los tiempos y favoreciendo la comunicación de todos los participantes
del grupo.
Marta y Javier han estado todos los días,
entre bambalinas, asegurando el buen funcionamiento del taller. Desde aquí, mil
gracias por el cafecico cariñoso de mitad de la mañana.
Y todo el grupo hemos compartido con
generosidad vivencias, reflexiones, temores...y, sobre todo, el deseo de seguir
oyendo en nuestro interior la invitación “Sígueme”.
En la primera sesión reflexionamos sobre lo que cada uno de nosotros
habíamos vivido hasta ahora y que nos ha llevado a ser lo que somos. Todo. Lo
bueno y lo menos bueno. Identificamos a las personas que han sido
significativas en nuestra vida y, con memoria agradecida, dimos gracias al
Señor por ellos y por haberlos puesto en nuestro camino. Oramos nuestra
historia de vida, entendiendo la vida como Techo, Pan y Palabra. Desde la
aceptación y el agradecimiento, y con el convencimiento de que nuestro tiempo y
todos los tiempos están en manos de Dios.
La segunda jornada la dedicamos a pensar en las pérdidas que hemos
tenido en el pasado y que tenemos en la actualidad y cómo las afrontamos cada
uno. Desde las capacidades personales que pueden ir mermando progresivamente
hasta las personas que hemos querido y que ya no están y cómo hemos elaborado
ese duelo. Especialmente bonita fue la dinámica en la que entrenamos cómo
cambiar la sensación de pérdida y desánimo al sentimiento de amor y
agradecimiento a esa persona a través de la asociación de un símbolo.
En la segunda
parte de la sesión reflexionamos y compartimos sobre los límites que no nos dejan avanzar pero también sobre
las fortalezas que nos han sido regaladas y la importancia de los demás en
nuestro día a día.
El tercer día fue momento de perdonarse y perdonar. Oramos con la
Parábola del Hijo Pródigo y resaltamos la importancia de escuchar y rezar con
los demás para que nos ayuden a descubrir nuestras durezas de corazón que nos
impiden estar en paz y crecer. Dedicamos un rato a escribir una carta a una
persona con la que teníamos un asunto pendiente, indicando los sentimientos que
eso nos producía y poniendo palabras a lo que nos hubiera gustado que fuera y
no pudo ser. Esto nos ayudó a pensar sobre el perdón como liberación, tanto
para el que ofende como para el ofendido. A intentar separar la ofensa de la
persona… y a aprender a ver cuánto nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos. A
veces, nos juzgamos con excesiva severidad. Perdonar es sanador para la persona
que perdona. Perdonar es un camino que necesita tiempo para recorrerse. Este
camino se recorre desde el reconocimiento al Amor del Padre, que nos perdona y
disculpa siempre, incondicionalmente.
La cuarta sesión la dedicamos a
comparar nuestra vida soñada con la real e intentamos detectar qué ideas e
ilusiones erróneas no nos dejan ser felices. La historia del Padre Damián es
ilustrativa de cómo nos complicamos a veces y no sabemos ver y aceptar la ayuda
que se nos brinda o las alternativas que se nos ofrecen.Y oramos al Señor
diciéndole, al igual que Bartimeo, “Señor, haz que vea”.
Las dos últimas sesiones las dedicamos
a restaurar el sentido de nuestra vida, a “poner en hora nuestro reloj”. A
reflexionar sobre cómo dicho sentido ha ido cambiando y evolucionando conforme
vamos cumpliendo años. Especialmente emocionante fue escuchar la canción de
Mercedes Sosa “Todo cambia”. Evocamos de nuevo a las personas que habían dejado
huella en nosotros y eso nos llevó a pensar en qué huellas habíamos dejado
nosotros hasta ahora en los demás y en las que nos gustaría dejar.
La última tarde construimos un
puente que unía nuestros orígenes con nuestros deseos de donde queremos llegar
en el futuro. Reconociendo nuestras dificultades (durezas del corazón) pero
apoyándonos en nuestras fortalezas personales (dones recibidos) y motivaciones
que nos empujan a querer ser “Constructores del Reino de Dios” y pidiéndole al
Señor la Gracia de tener una mirada compasiva con nosotros mismos y con los
demás.
Para finalizar el último día, el
broche de oro fue rezar juntos, en voz alta, la oración de San Ignacio “Tomad,
Señor y Recibid”. Después, fotos para el recuerdo y “meriendica”.
En todas las sesiones ha estado
presente el agradecimiento a formar parte durante muchos años de la Comunidad, por tanto bien
recibido y por tantos amigos que acompañan en el Camino. Los que estuvieron,
los que están y los que vendrán.
Un millón de
gracias a todas y a todos!!!!!