Querida Comunidad:
Escribo desde
Belgrado, donde estoy pasando una temporada. Cris, mi novia, tenía que hacer
aquí un curso de 3 meses como paso previo a un trabajo futuro y he venido con
ella. Aprovechando que el Danubio pasa por Belgrado, y que, bromas aparte, la
ruta de migración de los Balcanes sigue por desgracia bastante activa, contacté
con el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) de aquí para colaborar como
voluntario.
Os cuento un poco lo vivido hasta
ahora. Espero no enrollarme.
Empezando por
poner un poco en situación, Serbia, al igual que el resto de países de la zona
de los Balcanes, puede considerarse como lugar de paso en la ruta migratoria
hacia otros países del centro y norte de Europa. Dado que las fronteras están
cerradas ya desde 2016 (cerradas para las personas que vienen del Este o de
África, no para los europeos), la gente se acumula aquí.
Las perspectivas de poder
trabajar o legalizar su situación en Serbia son remotas. Incluso más que en
España. Sirva como ejemplo que, según datos de ACNUR, en el periodo de 2008 a
2017 Serbia recibió casi 3000 solicitudes de asilo, de las cuales concedió 104.
El 3,5%. Ante esta situación la mayoría intenta cruzar ilegalmente la frontera.
Para ello se valen de traficantes que les cobran miles de euros por “servicios”
como esconderlos en los bajos de un camión (hace unas semanas un par de chicos
murieron asfixiados intentando cruzar así a Hungría), o guiarlos a través de
las montañas durante días de caminata. Hoy un chico afgano me contaba
entusiasmado que un amigo suyo había conseguido llegar a Italia después de 10
días caminando y durmiendo en el bosque. A los peligros del viaje, se une la
amenaza constante de ser cogido por la policía, con numerosos casos reportados
a lo largo de toda la ruta de violencia extrema contra los migrantes.
Pasando al
trabajo del JRS en Serbia, según he podido saber se estableció en la zona en
los años 90, durante la Guerra de los Balcanes. Después de algún tiempo sin
actividad, retomó su labor hace unos años en el contexto de la corriente migratoria
hacia Europa. Su principal proyecto en la actualidad es una casa de acogida
para menores no acompañados. La casa se llama Pedro Arrupe, quien entre otras
muchas cosas fue fundador del JRS.
Los chicos llegan a la casa
llegan tras ser identificados como casos vulnerables en los campos para
refugiados que hay por el país. Hay espacio para 17 menores, pero ahora mismo
solo hay unos 10 chicos (la cifra varía prácticamente cada día, ya que, al igual
que los mayores de edad, prácticamente todos tienen en mente continuar la ruta
y por tanto solo están en la casa unos días). La mayoría son de Afganistán,
pero también hay de Pakistán e Irán.
Aunque las cifras en este tema de
la migración siempre son difíciles de precisar, se cree que puede haber unos
500 menores no acompañados en Serbia; la mayor parte de los cuales no tiene la
“fortuna” de acabar en una casa como la del JRS, sino que viven solos en los
campos de refugiados como si fueran adultos, o lo que es peor, directamente en
la calle. Dentro del abrumador mundo de las migraciones, en el que casi todo
suelen ser malas noticias y como tales, nos ponen en riesgo de llegar a un
estado de insensibilización por repetición, la realidad de una Europa con miles
de niños abandonados a su suerte y en muchos casos, víctimas ya de explotación,
debería ser suficiente para ablandar los corazones más duros.
Volviendo a la casa del JRS, una
de las cosas que más me ha sorprendido es la cantidad de personal que hay contratado.
Al margen de la coordinadora, hay dos trabajadores sociales, psicóloga,
pedagogo, traductor, cocinera, personas que se quedan a dormir por la noche,…
en total más de 10 (mi referencia previa en una casa similar en España es de
solo 2 trabajadores). Creo que la profesionalización de la ayuda cuando se
trata de trabajar con personas tan vulnerables es sin duda necesaria, y supongo
que es una de las razones por las cuales en la casa siempre reina un ambiente
distendido y agradable.
Mi papel como voluntario es
acompañarles a algunas actividades fuera de la casa que ya tienen establecidas,
principalmente talleres; y, en general, tratar de organizar otras para que
estén ocupados. Por el momento triunfa el fútbol, hay un campeonato dentro de
un par de semanas y estamos tratando de entrenar.
Dado que a la casa del JRS voy
solo tres días a la semana, he empezado hace un par de semanas en otra
organización llamada RAS (Refugee Aid Serbia). Tienen una especie de centro
social en el centro de Belgrado para que la gente que vive en los dos campos de
refugiados que hay en la ciudad pueda ir a conectarse a internet, aprender
idiomas, o simplemente a charlar. Ahí estoy dando clases de inglés.
Terminando con
la parte más vivencial, en lo “externo” por el momento está siendo menos
intenso que lo vivido el año pasado en Bosnia o hace 3 en Grecia. Como decía
antes, tanto el nivel de confort como la atmósfera de la casa del JRS o el
centro social de RAS, tienen poco que ver con las con las pésimas condiciones
de habitabilidad que suelen tener los campos de refugiados (y no digamos ya de
una casa abandonada en mitad del bosque), y con la consiguiente tensión que se
respira en ellos. Desde luego, una
experiencia de menos intemperie.
Distinto es lo que va por dentro.
Pese a que en Valladolid he seguido vinculado de alguna manera al tema de las
migraciones, aquí me ocupa más rato del día, no solo el que estoy con los
chicos, sino el tiempo que dedico a leer y estar informado sobre el tema.
En primer lugar, las conversaciones con ellos hablan de experiencias
traumáticas que nadie (y menos un niño) debería vivir jamás. De infancias
cortadas de raíz, de huir para no tener que combatir, de cruzar fronteras y más
fronteras ilegalmente, de ver muertos en el camino, de golpes de policías.
También de familias que presionan desde la distancia para que sigan avanzando
hacia Europa, esa especie de tierra
prometida que, teniendo en cuenta al panorama actual de poca acogida que
ofrecen los países, solo puede serlo en comparación con la dura realidad que
dejan atrás. Otro chico afgano me preguntaba en qué país de la UE podía tener
mejores expectativas de futuro. Y pensando en las pocas posibilidades de
conseguir asilo siendo afgano y en las deportaciones diarias desde Alemania,
Suecia, etc. (incluso cuando Afganistán está considerado a día de hoy el país
más peligroso del mundo, según el último informe del Global Peace Index 2019, por encima de Siria o Sudán del Sur),
tristemente lo mejor que se puede hacer es callar.
En cuanto a lo que flota en el
ambiente respecto a las migraciones me detengo únicamente, y con esto acabo, en
la creciente persecución e incluso criminalización de la ayuda humanitaria. Al
margen de casos más o menos conocidos como la retención del Open Arms, o el procesamiento
del alcalde de Riace en Italia (acusado de promover el tráfico ilegal de
personas), un amigo mío que montó el año pasado un proyecto en Sarajevo para
dar comidas a personas en tránsito, acaba de ser expulsado del país.
Ya no es suficiente construir
muros infranqueables, militarizar las fronteras, las devoluciones (ilegales) en
caliente, poner cada vez más trabas para conseguir papeles, etc. Ahora además
hay que perseguir al que ayuda.
Y queda poco más que mirar al
Evangelio y pensar que quizá tiene que ser así. Que Jesús decía claramente que
la Ley no puede estar por encima de las personas. De la justicia y dignidad más
elementales. Y que si una Ley injusta dice lo contrario, quizá hay que ir
contra la Ley. Y exponerse a las consecuencias.
Pues eso, solo queda rezar. Para
discernir dónde y cómo ha de realizarse la justicia. Y para tener el valor y
perseverancia necesarias para llevarla a cabo.
Marco Rivas Fernandez (CVX Valladolid)