No
veo las noticias de la migración de la misma manera, no escucho los comentarios
de mi alrededor sobre la situación de los migrantes con los mismos oídos. La
invitación del venid y veréis del evangelio lo cambia todo.
Este
verano he tenido la oportunidad de vivir el día a día con el equipo de trabajo
de la Delegación de Migraciones de Nador: religiosos, religiosas, laicos,
migrantes, españoles, marroquíes, senegaleses..., personas diferentes en
religión, lengua, nacionalidad, pero siendo testigos del mismo sufrimiento, el
de los otros.
Para
mí ha sido una experiencia totalmente nueva, sorprendente y diferente, incluso
dura en ocasiones. Me ha costado tiempo poder ponerle palabras, porque las
imágenes siguen estando en mi mente. Por un lado, porque aunque tenía
experiencia en proyectos de situaciones humanas muy duras, como una guerra, la
brutal situación en la que este verano han estado perseguidos, presionados y
acorralados los hombres, mujeres y niños en los bosques de Nador, ha sido muy
difícil de presenciar por la dureza y falta de tregua en ese tiempo. Por otro
lado, porque por primera vez he podido vivir un proyecto en terreno acompañada
día a día por los miembros de mi comunidad de Zaragoza, por los equipos de migraciones
nacional y del Centro Pignatelli, por la comunidad de jesuitas en Nador, por
las religiosas de la Caridad y las Franciscanas y sintiendo que he sido llevada
en todo momento en las manos del Padre. La combinación de estos aspectos ha
hecho que siga reposando emociones y sentimientos a día de hoy, tres meses
después de mi regreso.
El
trabajo de la delegación de migraciones en Nador es imprescindible para la vida
de las personas que sufren persecución, hambre, guerra, abandono, injusticia...
No es sólo un proyecto más, es puro evangelio encarnado en la vida. En la
situación de este verano -con persecuciones en los campamentos, como respuesta
de una política migratoria basada en el miedo, el cinismo y la manipulación
política-, ha existido la respuesta de una Iglesia con mayúsculas. Me siento
parte de esa Iglesia que predica el Papa Francisco y que, junto con la
comunidad religiosa musulmana, comparte como misión la asistencia a los
desheredados y empobrecidos de la tierra.
Comenzábamos
el día con la oración y la eucaristía. Tras desayunar despacito mermeladas
caseras preparadas por Francis con maestría, pasábamos a la reunión del equipo.
Allí tragábamos las noticias de la persecución de la noche. Era testigo de la
preocupación del equipo cuando se preguntan si Ali, o Fátima, o tantos otros
estarían bien, y planificábamos el trabajo para poder atender los damnificados,
en especial las mujeres embarazadas, asegurándonos que no faltaba ningún niño
con su madre. Acudíamos al hospital a recoger a los devueltos en patera en
mitad del mar, intentando devolverles -con una ducha, ropa seca y limpia-, un
poco de dignidad. Aprovechaban la wifi para localizar a los amigos, familiares,
y comunicar que estaban vivos, no en Europa, pero vivos. Un día, otro y otro,
sin descanso, sin treguas, lidiando con la frustración de recibir en 10 días a
la misma persona devuelta a las costas marroquíes tras vivir la angustia de
enfrentarse al mar sin saber nadar. Y acabar el día con el cansancio y las
dudas de cómo ayudar más y mejor, de no saber a veces si lo hacemos bien, si es
suficiente..., para dejarlo en manos del Padre desde la fe ciega y
despreocupada, dormir y volver a despertar al nuevo día.
Ha
sido y sigue siendo para mí impactante la cara de dolor y preocupación del equipo
de Nador. El chófer pensando en silencio qué ruta será más segura para poder
llegar a tiempo sin ser interceptados. Los agentes de proximidad, inmigrantes
como ellos y antiguos habitantes de esos bosques, reflexionando sobre el mejor
escondite para escapar de ser deportados a cientos de kilómetros y evitar
volver a hacer el mismo recorrido a pie. El equipo de coordinación devanándose
los sesos sobre cómo conseguir más financiación, porque el gasto de comida,
ropa, zapatos, medicamentos, gasolina y hospital, con esta emergencia, se ha
triplicado. Los jesuitas de la comunidad robando tiempo de su descanso para
enseñar a escribir, dibujar, jugar o leer con esos niños que pasan unos días en
la delegación y no saben lo que es una escuela. El equipo psico-social y
sanitario, discutiendo visceralmente qué será lo mejor que puedan hacer, porque
les va su vida en ello.
Ha
sido y sigue siendo para mí, una experiencia profunda de COMUNIDAD. Me fui con
una maleta llena de ropa y medicamentos, pero llena a la vez de hermanos y
hermanas que nos tenían en su pensamiento, en su corazón, en su oración. De
compañeros de misión pendientes de las noticias, de los whatsapps del día a
día. De miembros de mi grupo de vida preocupados por asistir a mi madre en
España, porque yo no podía hacerlo. De un equipo de migraciones pendiente de
necesidades inmediatas, económicas, emocionales, de contactos, de
sensibilización... No ha sido el último proyecto en el que me he embarcado; ha
sido el proyecto de mi comunidad, de la CVX de Zaragoza, del equipo de
migraciones, de compañeros del colegio de El Salvador de Zaragoza, de la
CVX-España.
Pero
lo más importante es que ha sido una experiencia de Comunidad Eclesial. Entrar
en la Iglesia de Nador y ver los bancos retirados para dar espacio a los
almacenes de asistencia a los migrantes, y al mismo tiempo escuchar el sonido
del pajarito del twitter de Francisco, en el que nos llama a ser Iglesia que
huele a oveja, te hace sentir que éste es el lugar del Mundo en el que el Padre
nos pide estar. Eso es la profunda y verdadera experiencia que he tenido la
Gracia de vivir este verano. Comprenderéis que es difícil poner palabras a esta
experiencia. Por eso pongo una imagen que la redondea, la foto del Papa
Francisco recibiendo la camiseta con el logo de BOZA, lo que gritan los
migrantes al llegar a Europa, y que significa Victoria. El encuentro con su
Santidad fue un regalo que nos proporcionó el Hermano Ramón Magallón SJ,
compañero del colegio El Salvador, a una parte del equipo del PAS. El 12 de
octubre pude entregar a su Santidad este símbolo, de parte de la delegación, y
confirmarle directamente que SÍ, esa Iglesia que él sueña valiente, habita en
Nador.
Rocío
Giménez, CVX
Zaragoza
Miembro del Equipo de Migraciones CVX-España