Este ocho de marzo
hemos vivido una jornada histórica que marca un antes y un después en la
autocomprensión y en la presencia de las mujeres en nuestras sociedades y de
una manera inédita en la sociedad española. Ha sido un proceso intenso en el
que nos hemos dejado interpelar por mujeres argentinas, bolivianas, peruanas;
mujeres de todos continentes que ya el año pasado comenzaron a tomar la calle
en un tiempo nuevo para la presencia y el discurso de las mujeres del Siglo
XXI. Entidades sociales, congregaciones femeninas, grupos de base... el
dinamismo, la pregunta y el compartir dudas y certezas ha sido algo que ha
estado de fondo en el desafío de reconocerse como sujeto político, activo y
cuestionador de lo que nos ocurre. Como cristianas, y como miembros de una
comunidad laical como CVX, no debemos dejar pasar este momento para reflectir
lo que los signos de los tiempos nos van sugiriendo.
Una primera reflexión
necesaria y quizás la pregunta clave para barruntar sobre esta cuestión es la
necesidad de buscar dentro de cada una y cada uno para poder identificar lo que
en algunos lugares hemos llamado “Las razones para la huelga” que yo traduciría
en este espacio por “Mis razones para la Huelga”. Y me parece necesario por ser
transparentes con nosotras mismas y para ser capaces de reconocer en qué lugar
de nuestra propia historia se engancha este debate. No se trata de comprar los
discursos ya construidos, se trata de apropiarnos de aquello que nos ayude a
vivir con más autenticidad nuestra vocación. Mi primera invitación es por tanto
a no dejar pasar por alto esta pregunta, ¿Qué razones hay en mi historia?
¿Dónde soy capaz de identificar la invisibilización de las mujeres en mi
entorno más cercano? ¿Cuáles han sido las personas, las historias, los momentos
donde he tomado conciencia de eso que se decía y se contaba- y que no había
quizás experimentado- que estaba ocurriendo? Personalmente me ayuda darme
cuenta de que más que la lectura de documentos y estudios lo que ha marcado mi
convicción en este tema ha sido reconocer cómo la pregunta de mis hijas, la
audacia de mi madre y la sabiduría de mi abuela María un mes antes de casarme
“niña, nunca dejes que te falten el respeto”, se han ido escribiendo en mis
entrañas para sentirme parte de una historia más larga, más amplia y en la que
todavía queda mucho camino por recorrer. Respondernos por tanto a esta primera
pregunta nos exige reflexión interior, estudio y capacidad de discernimiento
para poder, desde nuestras vidas, tomar la palabra desde una convicción que sea
capaz de asentarse en algunas certezas.
Uno de los grandes
aportes del feminismo a nuestras sociedades es la invitación a cuestionar las
relaciones de poder entre hombres y mujeres animándonos a darle la vuelta al
sistema de manera que pasemos de la lógica de la dominación a la lógica del
ser, a la lógica de la liberación. Los datos que estos días escuchábamos son
demoledores ya que aunque algunos se empeñen en visibilizar la igualdad formal
en la que vivimos y reconociendo que hay que saber alegrarse con el trocito de
ya si, los hechos son los hechos; Y sabemos que 83% de las personas que cuidan
a una persona en situación de dependencia son mujeres, que 66.000 mujeres son
asesinadas cada año en todo el mundo por el hecho de serlo, que el 70% de las
personas pobres en el mundo son mujeres y solo poseen el 1% de la propiedad y
un largo etcétera.
Pero siguiendo a
Lucía Ramón me animo a sugerir y a sugerirnos que estos días post-8 de marzo
nos alejemos del debate y el ruido y profundicemos en un segundo momento para
remar mar adentro en nuestra propia reflexión creyente. Desde la teología
feminista encontramos hoy reflexiones muy sugerentes que desde la llamada al
magis ignaciano no podemos dejar pasar por alto.
Una de las claves
para acercarnos a este tema es tomar conciencia del discipulado de iguales. Y
es que si volvemos a nuestros orígenes nos encontramos con un Jesús de Nazaret
claro, limpio, sin ambigüedades que es capaz de poner en valor un discipulado
que puede hacer presente la Basilea, El Reino, el mundo de justicia y bienestar
querido por el poder de Dios, como una realidad y una visión en medio de los
poderes de muerte, de opresión y de dominación patriarcales. El discipulado de
iguales da la misma dignidad y las mismas posibilidades a varones y a mujeres,
les da palabra y horizonte, les sostiene y les lanza hacia adelante sin pasos
marcados en función del sexo, la clase, la etnia… Creo que ante esta cuestión
es justo visibilizar la horizontalidad en la que normalmente vivimos en
nuestras comunidades nuestras relaciones entre hombres y mujeres siendo capaces
de reconocer la autoridad independientemente del género, pero creo que hoy más
que nunca necesitamos hacer un doble ejercicio: desvelar si los hubiera,
aquellos resquicios que quedan incrustados de indoctrinazación de género en
nuestras maneras de ser y de estar social y comunitariamente., y un segundo
ejercicio a hacer de manera más urgente es devolver a los espacios de iglesia
la propuesta del discipulado de iguales, cuestionando y desvelando las dinámicas
de no dignificación que por desgracia seguimos viendo en muchas de nuestras
diócesis. Como laicos y laicas, y especialmente como mujeres no podemos
permanecer en silencio ante este tema no solo por nosotras, sino porque es una
gran oportunidad para sentir con y darle a nuestra dimensión de comunidad
mundial el reto que eso supone: las luchas de Ña Ana como lideresa comunitaria,
las de las mujeres víctimas de trata tras cruzar la frontera Sur o las patronas
de Méjico nos empujan a reconocer en la teología feminista una teología de la
liberación.
En definitiva, esta
crisis de “peligro-oportunidad” del post-8M18 es una invitación a la libertad y
a una inversión del evangelio que es provocadora y que nos alienta a
desprendernos de aquello que esclaviza, deshumaniza y nos impide vivir desde el
alabar, servir y hacer reverencia.
Teresa
González Pérez, CVX Sevilla