Esta era la pregunta que nos
convocaba recientemente para desarrollar en el XII Congreso Internacional de Filosofía
Intercultural: Formación, espiritualidad y universidad. La
cuestión se inserta en una búsqueda mayor. ¿Es posible una reformulación intercultural
de la formación universitaria? Un replanteamiento profundo de esta búsqueda
exige preguntarse cómo se interrelacionan actualmente en el contexto hegemónico
occidental la formación, la espiritualidad y la universidad, y a partir de este
contexto, qué formas de relación entre la espiritualidad y formación
universitaria podemos reconocer, discernir y reconstruir. ¿Es posible avanzar
hacia una educación
postsecular?
La aspiración de una “formación integral”
En primer lugar, me gustaría
enfrentar una posible respuesta que en términos actuales suele plantearse a
esta pregunta desde universidades sostenidas desde el ámbito católico. Esta
respuesta nos puede ayudar a realizar un entendimiento radical de la cuestión,
no puramente externo o aditivo del problema de fondo.
Lo primero que hay que decir
que las universidades promovidas por la Iglesia, aspirarían a ofrecer una formación integral. La
misma aspiración ya estaría partiendo de un diagnóstico previo, que creo
podemos fácilmente compartir más allá del propio ámbito de la Iglesia por otras
visiones no religiosas. Y es que la formación universitaria que en general se
ofrece en la actualidad, no aspira a una formación integral que
responda también al cultivo de la dimensión espiritual de la persona.
Ello sería una cuestión privada
y/o vinculada con las religiones o con las tradiciones de espiritualidad que
tienen su ámbito de competencia fuera de la universidad. La formación
científica y profesional es el ámbito propio y formal de la universidad
moderna. Por ello, frente a esta dedicación decididamente secularizada de la
universidad, habría que completarla con otro tipo de formación de corte
espiritual y/o religioso optativo que trabaje en una formación
complementaria del universitario para favorecer su desarrollo integral
como persona.
Para ello, en el ámbito
católico, se ofertarían asignaturas específicas de carácter espiritual y
teológico en línea con la espiritualidad cristiana y la reflexión académica
sobre la fe cristiana. A su vez, se ofrecerían experiencias de profundización
interior, fuera del ámbito reglado de formación curricularmente reconocido, que
permitan la práctica de la espiritualidad cristiana. También experiencias de
conocimiento y servicio en la realidad social más precaria o vulnerable para
desarrollar la dimensión social de la espiritualidad cristiana. Se trataría con
ello, en suma, de ofrecer formación intelectual, interior y social, como
complemento al ámbito propio y general de la formación científica y profesional
en la universidad.
Pues bien, esta es la
respuesta, en síntesis, que desde el ámbito de la formación universitaria
católica podría ofrecerse al alumnado en el mejor de los casos.
Señalo que “en el mejor de los casos”, porque no pocas veces estas otras
dimensiones complementarias tienen carácter muy marginal en la oferta global de
formación, o bien, sencillamente no se llegan a ofrecer. En este caso, las
universidades del ámbito católico ofrecerían sobre todo una formación
profesional orientada a las demandas del mercado de trabajo y las necesidades
de sobrevivencia económica de estas instituciones, en un ámbito tan competitivo
como el de la formación universitaria. Así, quedaría limitada a una oferta de
algunas prácticas religiosas de carácter privado en los propios recintos
universitarios. La “capilla” universitaria y la adopción de símbolos cristianos
en la formulación icónica de la identidad universitaria sería el reducto de lo
espiritual y religioso, quedando todo lo demás colonizado por el espíritu
secular de la época.
Límites de una “formación complementaria”
Pues bien, la señalada
“formación complementaria”, puede ser una respuesta, a mi juicio, valiosa y
necesaria de aportar en el estado actual de la formación universitaria. Sin
embargo, corre el riesgo de confundir esta propuesta con la aspiración a
desarrollar una “formación integral” auténtica. Con ello, se puede incurrir en
el peligro de dar por buena la fractura existente entre el ámbito propio de la
formación disciplinar y profesionalizante, y la “formación complementaria”.
Esta “formación complementaria”, aun cuando es, como decíamos, pertinente y valiosa,
se suele presentar como estructuralmente aditiva y externa a la “formación
principal”. En este caso, se entiende que la formación principal sería
neutra para la dimensión espiritual, por ello, se necesitaría la formación
complementaria. Así, se daría por supuesto que la apropiación de la competencia
científica en un campo universitario y la capacitación profesional para ejercer
en un campo tecno-científico, de suyo, no tocarían la dimensión espiritual de
la persona. Las ciencias y cualquier tecnología física o social serían neutras
desde el punto de vista de la conformación de la espiritualidad del sujeto.
A su vez, se trataría de una
formación complementaria que en su globalidad (la dimensión intelectual,
interior y social antes apuntadas), sólo puede tener un carácter voluntario y
para quienes “más se quieran afectar”. El mínimo necesario exigible
estaría vinculado a la “formación principal”. Por ello, conformaría un
“plus”, en el mejor de casos, que se puede desarrollar en algunos sujetos.
Este reconocimiento de la fragmentación social con respecto a la relevancia
pública de una tradición espiritual y religiosa como la cristiana, implica la
asunción de una posición subordinada con respecto al ámbito hegemónico de
definición de la “formación principal”. En este contexto, una “reconstrucción
intercultural de la formación universitaria” se vería, de partida,
imposibilitada al no situarse en un terreno común de diálogo con respecto a la
tecnociencia moderna en su cultivo universitario.
Buscando otras correlaciones
Frente a esta forma histórica
de responder a la pregunta por la presencia de la espiritualidad en la
universidad en el contexto indicado, que daría por buena e ineludible el
carácter no-espiritual de la formación universitaria general en su formulación
actual, tendríamos que responder que es necesario un enfoque más radical del
problema para un tratamiento más crítico y realista de la cuestión.
Y ello por dos razones de
fondo, que exigen un replanteamiento del problema. La primera, es que no
podemos dar buena la escisión entre ciencia, profesión y espiritualidad,
dado que el desarrollo de un campo científico implicaría ya de facto, una
modulación de la espiritualidad de la persona. Igualmente, la adopción de un
punto de vista profesional fruto de una perspectiva tecno-científica
determinada, conlleva también una modulación espiritual concreta.
Y, en segundo lugar, la
inquietud de fondo por ofrecer una formación integral a la persona del
universitario, en la propia tradición universitaria de la Iglesia, tiene otras
respuestas posibles y también pertinentes y necesarias para responder a las necesidades
de formación. Me refiero en este momento a la formulación de un paradigma de
formación integral, no de carácter aditivo y externo, con respecto a la
formación universitaria básica y de carácter general. Se trataría de una
interpenetración de una espiritualidad concreta en las diversas disciplinas y
en la orientación propia de la formación profesional (lo que hoy podríamos
reconocer como un ejercicio de transdiciplinariedad). No faltan referentes
históricos ni actuales. Lo consideraremos en la siguiente entrega.