Arturo
Sosa era mi «compañero de pupitre» durante la Congregación General. Unos días
antes de comenzar, me había dicho que estaríamos sentados juntos. En los días
anteriores a su elección hablamos de muchas cosas, algunas quizá sin
importancia, otras más serias. Pero, en cualquier caso, sentía junto a mí a una
persona con mucha energía y serenidad. Una persona decidida, reconciliada con
la vida y con sus experiencias pasadas.
El día de la elección intercambiamos pocas palabras.
El clima era de silencio y profundo recogimiento interior. Yo le había enseñado
el cuadernillo en el que estaba tomando algunas notas. En la tapa estaba
grabada una frase de san Ignacio en inglés: «Go forth and set the world on
fire», es decir, «Id y prended fuego al mundo». Su comentario había sido: «Sí,
pero hoy el mundo está ya en llamas, desgraciadamente en otro sentido…».
Un día estábamos hablando del papa Francisco. Me dijo
que había conocido a Jorge Mario Bergoglio durante la Congregación General 33,
en 1983. Arturo tenía apenas 35 años, era muy joven para ser un «padre
congregado». Bergoglio –que entonces tenía 47– lo veía joven y fuerte. Por eso
le puso un apodo: «potrillo». La recomendación que el papa le ha hecho cuando
ha tenido noticia de su elección como general ha sido: «Sé valiente».
El día de la elección estábamos todos bien vestidos.
Él iba con traje y clergyman negro, que «destacaba» mucho sobre el bigote y el
cabello blancos. Yo me daba cuenta de que, ya llevase sus queridas camisas de
cuadros o vistiese un traje oscuro, él no cambiaba de estilo. Así lo he
conocido siempre: como alguien capaz de ser siempre él mismo y de sentirse
cómodo en las situaciones más diversas. El recuento de los votos indicaba ya
que su elección era inminente. Y él estaba tan sereno como antes del comienzo de
la votación, como el día anterior… Casi sin pensarlo, extendí el brazo como
para consolarlo por el peso que estaba cayendo sobre sus espaldas. Me di cuenta
de que lo estaba abrazando. Él, tan sereno como antes, se limitó a balbucear
algo así como: «Si hay que comerse la gallina, no queda más que poner a hervir
el agua…».
Aún después de alcanzar el número de votos necesario,
no se alteró. Siguió escribiendo algo en su cuadernillo. Hasta que, terminado
el recuento, estalló un aplauso y las manos de los compañeros que lo abrazaban
y lo aplaudían lo rodearon por completo. Tuve tiempo de susurrarle al oído:
«Eres nuestro padre general», subrayando con la voz la palabra «padre». Y aún
le dije: «Sé siempre padre».
Arturo Sosa es, pues, el nuevo padre general de los
jesuitas. Tiene 68 años y es venezolano. Conocemos bien las fuertes
tensiones que se viven en Venezuela, tensiones que él ha vivido en su propia
carne. Venezuela es una de las «periferias» de las que habla Francisco. El
«papa negro» es la prueba de que precisamente las periferias en las que hierven
tensiones pueden expresar energías que poner al servicio de la Iglesia
universal en el centro. Personas como Arturo Sosa han vivido semejantes
tensiones, por lo que, al final, la energía espiritual de su personalidad fluye
tranquila, serena, sin tensiones. Madura. Las personas como él no tienen que
demostrarse nada a sí mismas. Tal vez ya lo han hecho. Se la han jugado. Unas
veces han ganado y otras han perdido. Se han dado de cabezazos contra las
paredes. Han tenido incluso pasiones ideológicas, llegando después a tocar el
fondo de su inconsistencia. La suya no es una crítica ideológica a la
ideología, sino un cuerpo a cuerpo con las razones por las que vale la pena
gastar (y a veces perder) la vida. Ahora estas personas, como Sosa, como
Bergoglio, pueden soportar bien los pesos sin calcular demasiado. Pueden
incluso resistir a la cautivadora burocracia del poder y seguir siendo ellos
mismos.
Y Sosa, como Bergoglio, viene de América Latina. Las
suyas –Venezuela y Argentina– son ciertamente dos tierras diversas. Y, sin
embargo, juntas dan testimonio de que la Iglesia de aquel subcontinente es una
Iglesia «fuente» y no reflejo, capaz de dar frutos maduros para la Iglesia
universal. También para la europea, y sin contraposiciones, porque tienen las
raíces europeas en su sangre: Bergoglio en el Piamonte de la abuela Rosa; Sosa
en España, en el Santander del abuelo materno, un sastre apasionado de las
corridas de toros, que murió con 104 años.
(Seguir leyendo el artículo publicado el 18 de octubre de 2016 en http://gc36.org/es/se-siempre-padre-por-antonio-spadaro-sj/)