¿Qué has hecho este verano? Una experiencia en Managua

En el mes de septiembre la pregunta que todo el mundo te hace es “¿Qué has hecho este verano? ¿Dónde has ido durante las vacaciones?” preguntas que todos contestamos muy contentos: pues hecho esto o aquello, he ido aquí, allá. Todos presumimos de cómo hemos gozado del tiempo de relax que nos dan las vacaciones.

Cuando contestas: he estado un mes en Managua. Abren los ojos, ya que este tipo de viajes y más en un voluntariado, lo acostumbran hacer los jóvenes y una mujer casada, con los hijos mayores es más difícil, sobre todo sola. Pero no fui sola ya que el viaje y la experiencia estuve acompañada con unos voluntarios de la ONG Setem Madrid.

El poder realizar este viaje fue un proceso largo. Cuando se me despertó la inquietud que tenía en mi interior de ir a un país de Latinoamérica estuve buscando mucho, cada vez que veía información en la parroquia, en los encuentros de CVX en Barcelona o en Madrid, de experiencias al sur, yo la cogía y la leía con entusiasmo. Pero al llegar a la última línea te encontrabas que todas eran para jóvenes y yo ¿qué puedo hacer? Envié correos electrónicos, hable con jesuitas y no encontraba respuesta a mi inquietud. Y entonces por casualidad, todo en esta vida es casual, un jesuita de la parroquia me abrió una ventana.

Desde que abrir la ventana hasta que llegue a Managua, fue un tiempo de mucha lucha interior, de mucha oración, de muchos lloros, ya que marchaba de mi familia e iba yo sola, sin tener un apoyo, si que tenia los compañeros de la ONG, pero no los conocía mucho. Pasar todo un mes en un país con cultura, costumbres diferente, aunque un mismo idioma pero no del todo igual. Estar en casa de una familia que no conocía de nada. Bueno un salir total y absolutamente de mi lugar de confort.
Todo este esfuerzo tuvo un fruto maravilloso de estar en Managua cuatro semanas. Si que, sobre todo la primera, fue muy dura por la adaptación a todo: horario, comida, familia, clima, lugar de voluntariado, etc.

Yo estuve en el proyecto de Casa Hogar, allí vivían un buen grupo de muchachas que habían sido recogidas por el Gobierno y llevadas a esa institución porque habían sufrido agresiones físicas, sexuales, abandono por parte de la familia, que habían sido vendidas al nacer y la “nueva mama” las explotaba. Unas muchachas entre 11 y 18 años que habían tenido una vida de infierno.

Me contaron que había una muchacha de unos 15 años que llevaba en el centro 4 meses y que llego allí porque su madre la había vendido al nacer y fue encontrada como un animalito. No tenía el hábito de asearse, de peinarse, de llevar zapatos, no sabía leer, comía con las manos. Y cuando yo estuve allí la llevaron al médico, no quería que la visitara ya que no era virgen y por lo visto no quería recordar lo que seguramente alguien le hacía. Fue una lucha constante por parte de todas las educadoras y la última noticia que tengo de ella es que ya sabe leer y escribir. Quiere leer, le gusta y disfruta.

Podría contar muchas historias de las muchachas del centro todas muy duras, pero lo más maravilloso es que allí consiguen ser mejores persones, salen de su analfabetismo, se les refuerza psicológicamente. Siempre todos los mensajes que reciben son positivos, siempre se ve la botella medio llena. Después de la lucha tienes un regalo enorme, una satisfacción que las dificultades ya las has olvidado.

Al final han resultado cuatro semanas cortas. Si interiormente hubo lloros antes de ir, al marchar también los hubo. No quería marchar, quería estar más tiempo con ellas y con todo lo que me estaba dando la gente del país.

En la familia que vivía, era maravillosa, doña Margarita y su hijo Alex me acogieron con los brazos abiertos, siempre me consideraron una más de la casa y yo así me sentí. Conocí muchas cosas de la cultura, así como de la gastronomía, casi cada día me daba cosas diferentes para desayunar y cenar. Comida que encontraba muy buena.

Hay personas que te pregunta lo típico: aquí también puedes hacer una labor social voluntaria. Si que puedo hacer un trabajo social y lo hago, pero la sensación de desnudarte, de romper barreras, el sentirte un inútil, el sentirse pequeña ante la historia de cada una de las muchachas y el trabajo que hacen las educadoras, el vivir el día a día con personas que te dan todo lo que tienen para que tu estés bien. Aquí no lo tienes. Ya que sales de tu trabajo voluntario y vas a casa con tus comodidades, con tus amigos, estás en tu ambiente.

La muchachas y la gente de allí poco antes de marchar me preguntaban ¿qué has aprendido? Una pregunta mucho más difícil de contestar que la primera. He aprendido muchas cosas, una y quizás la más importante, el sentirme desnuda, impotente, el ver a Jesús en cada una de las muchachas, en cada una de las educadoras en su trabajo titánico que hacen con las ellas. El ver a Jesús en la casa de las familias que conocí. El sentirme acogida y aceptada por todos, el que me dejaran entran en sus vidas y en su cultura. Todo ello ha calado muy dentro de mí, ahora no soy la misma que hace un mes y medio.
El estar allí me ha producido un removerme interiormente muy fuerte. Ahora encuentro a faltar el estar allí, el lento pasar de las horas, el levantarte y pensar ¿cómo voy a ducharme hoy? ¿Con cubo o con la ducha?, ¿con qué situación me encontraré al llegar a Casa Hogar?, ¿qué tendré que enseñarles?, y más importante... ¿que me enseñaran ellas?


Trini, CVX-Lleida