Ana Medina, de CVX Málaga, escribe este
comentario sobre la intención de oración del Papa Francisco para
este mes de octubre: que los
periodistas, en el ejercicio de su profesión, estén siempre motivados por el
respeto a la verdad y un fuerte sentido ético.
Mi abuela siempre decía que la de periodista era, junto a la de abogado, la peor profesión que existe. Lo aseguraba con una profunda desconfianza en la mirada, y le añadía un gesto de rechazo digno de la Rusia estalinista.
Mi abuela siempre decía que la de periodista era, junto a la de abogado, la peor profesión que existe. Lo aseguraba con una profunda desconfianza en la mirada, y le añadía un gesto de rechazo digno de la Rusia estalinista.
Yo, que
estudiaba Periodismo y tenía un novio recién licenciado en Derecho, no sabía
muy bien cómo tomármelo. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que lo que mi abuela odiaba sobre todas
las cosas era la falta de ética que ostentaban algunos
profesionales de ambos oficios, que eran capaces de poner todos los medios al
servicio del beneficio particular.
Hace tan
solo unos días, la hija de un amigo preguntaba al que hoy ya es mi marido si
era posible trabajar en el Derecho y hacerlo por el bien común. Y aquella
pregunta me hizo recordar la sentencia de mi abuela. Del mismo modo, un joven con vocación de periodista
puede preguntarse si merece la pena, si se puede trabajar por la verdad
o eso es, hoy, una quimera.
Mi pasión
por contar historias siempre ha ido acompañada de la mochila de la fe. No es
posible, en mi caso, mirar el mundo desde otro lugar que desde las sandalias
del seguimiento de Jesús de Nazaret. En mi experiencia profesional, he acabado
aunando ambas cosas, y desde la comunicación religiosa, trabajo día a día con noticias que son
todas destellos de la Buena Nueva, reflejos de esperanza para un mundo abatido
por la sed de amor y belleza. Pero desengañémonos. No siempre es fácil llevar
palabras de vida a una sociedad que busca y se recrea en la miseria, que ha
cambiado su corazón de carne por uno de piedra, que prefiere fantasear con la
muerte antes que soñar con vivir en plenitud. El mensaje cristiano, expresado
en miles de rostros y gestos que, para los que somos Iglesia, son
cotidianamente deliciosos, resultan a menudo esperpénticos para el mundo.
El Papa, en una reciente audiencia con periodistas italianos, les advertía de que desempeñaban una de las tareas con
mayor influencia en la sociedad. “Escribís el primer borrador de la Historia”, les decía
Francisco. Y resumía lo que puede ser una hoja de ruta para la ética
periodística: “No sopléis sobre el fuego de las divisiones, por el contrario,
favoreced la cultura del encuentro”. El Papa no habló desde el buenismo, ya que reconoció
que la crítica es legítima y necesaria, pero añadió que “el periodismo no puede
volverse un arma de destrucción de personas o, peor aún, de los pueblos”, ni
tampoco “alimentar el miedo ante los cambios o fenómenos como las migraciones
forzadas por la guerra o por el hambre”. En ese encuentro, Francisco lanzó a los profesionales
de la comunicación tres claves y un consejo.
La
primera, amar la verdad. Nunca
podemos afirmar algo que no sea verdadero. Nuestra obligación es ofrecer la
verdad, lo que implica ser honestos con nosotros mismos y los demás (no podemos
afirmar la verdad si no la vivimos) y discernir los matices que impregnan todo
acontecimiento humano. En una época que idolatra la inmediatez, esto exige
serenidad interior y trabajo minucioso, paciencia y cierto modo de “artesanía”
para captar la esencia de la verdad, para comprender la realidad sin caer en
una visión simplista y reduccionista.
La
segunda, vivir con profesionalidad. No se
refiere solo a cumplir las normas deontológicas, sino a ejercer este oficio sin
someterse a los intereses de las partes en juego. Un verdadero profesional de
la comunicación no puede domesticar su conciencia ni subyugar su ética al que
ostenta el poder económico, ideológico o político.
La
tercera, respetar la dignidad humana. Nos
sigue costando ver que detrás de titulares y estadísticas, hay seres humanos;
que detrás de una “buena historia” está la vida de las personas, que puede ser
destruida para siempre con la simple sombra de una insinuación. El Papa, en su mensaje con
motivo de la 48ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
identifica la figura del Buen Samaritano a la del Buen Comunicador. Quien
comunica se hace prójimo, cercano. Pero el buen samaritano “no sólo se acerca,
sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del
camino”. Nuestro periodismo no puede estar esterilizado de acción, no puede
estar exento de compromiso con el que sufre, con el que se encuentra tirado en
la cuneta.
Y el
consejo. Francisco afirma que estas reflexiones
merecerían que cada periodista les dedicara una jornada de retiro. Él mismo reconoció
que “no es fácil en el ámbito periodístico, una profesión que vive continuos
‘tiempos de entrega’ y ‘fecha de cierre de edición’”. Pero ¿y si cada mañana,
antes de ponernos en marcha, nos repetimos “Señor, que sea yo un instrumento de
tu paz”? ¿Y si cambiamos los “avíos de matar” por los de dar vida, y vida en
plenitud?