Artículo en entreParéntesis: “No más tiempo muerto”

Fernando Vidal, de CVX-Galilea, hace una reflexión que va mucho más allá del análisis de la situación social y que da pistas para las respuestas que son necesarias a la hora de hacer frente a la más que diagnosticada desigualdad.
 
Hay ya un gran porcentaje de población que no recuerda cómo era la vida antes de la Crisis. Nuestra sociedad ha aprendido muy poco de la crisis, no ha cambiado en lo sustancial. No se buscan los grandes cambios necesarios: se consideran imposibles o tan lentos que casi nada se mueve. El tiempo es central para comprender nuestro momento. Una de las claves del cambio político en este primer cuarto del siglo XXI es la impaciencia de la ciudadanía. La política no cambia las cosas a la velocidad que se debe y se puede: en la política hay demasiado tiempo muerto. Y el programa político de la Socialdemocracia rebosa tiempos muertos.
 
La mayor parte del voto cedido a populismos se debe a que la ciudadanía ha perdido fe en que realmente se quiera acabar con los grandes problemas. ¿Quiere la Socialdemocracia comprender su principal problema? Muchos no creen que quiera ni sepa solucionar pronto los problemas. Existen diagnósticos claros, se sabe qué se tiene que hacer y se sabe qué lo impide: ¿por qué no se solucionan las cosas? La gente está harta de la enorme paciencia que las élites tienen con los males públicos. Los magos de soluciones fáciles sobre todo venden rapidez, que las cosas cambien de verdad. Y mucho votante está dispuesto a sacrificar justicia a cambio de eficacia.
 
Hubo un tiempo en que se creía que el sistema económico iba a dejar de ser capitalista en poco tiempo. Luego hubo una resignación general a la desigualdad, al neoliberalismo y a que las comunidades políticas se reclinaran ante las enormes fortunas. El progreso no podía ser “ya” sino que tenía que ser paciente. En otros ámbitos, no: al consumismo, la tecnocracia o la flexibilización laboral se les permite ser revolucionarios y es la sociedad la que se tiene que acostumbrar.
 
Somos seres divididos por dos marchas opuestas de la Historia. Por un lado el neoliberalismo es revolucionario y por otro lado se exige que el cambio político sea tan lento que se para. Es paradójico: cuanto más se acelera el cambio económico y tecnológico, más prudente lentitud se exige a la política. Lo que realmente se quiere es permisividad. Cuando el tiempo es revolucionario sólo hay dos opciones: ser el jinete que lo doma o el hámster dentro de su rueda.
 
Nos hemos creído que las cosas sólo pueden solucionarse despacio, en una lenta evolución casi imperceptible y eso es mentira. Las ciudades podrían lograr en 5 años que casi no hubiese personas sin hogar si aplicaran las políticas correctas. La economía social podría multiplicar en 6 años su porcentaje en el PIB si se pusieran los medios. La educación española podría mejorar cualitativamente su posición en 8 años si se firmara un pacto educativo realmente transformador.
 
Hay cambios que se dice que necesitan una transformación de la mentalidad de la gente, de los funcionarios, de las organizaciones: en realidad lo que necesitan es cambiar a los decisores que los bloquean. Pero hay miedo porque esos decisores se han hecho con el timón del barco. Los políticos siempre suelen ir con prisa pero sólo a su juego de las sillas. Hay tiempos muertos porque hay miedo a ser libre: también en nuestras vidas personales. El tiempo muerto es aquel en el que no se toman las decisiones necesarias. La Sociedad de los Cuidados cuida dar a cada cosa su tiempo pero tampoco perder el tiempo. Si se pierde el tiempo de cambio entonces la gente se pierde en la Historia.
 
Parte de la crisis de la Socialdemocracia reside en su permisividad con un sistema que se ha dado todo el tiempo del mundo para superar. Los políticos no sólo tienen que ser honestos sino rápidos. Los programas políticos tienen que poner plazos concretos a las transformaciones. Es necesario ser más impacientes, una “divina impaciencia” como la de Francisco Javier. Es una característica de los mejores cambios de la Historia. Necesitamos ser impacientes con los tiempos muertos de la política, impacientes con los tapones que se disfrazan de prudencia, impacientes con los imposibles. Es urgente una paciencia sostenible que nos devuelva la fe en la política. Se acabaron los tiempos muertos en la política. Y en tu vida, ¿qué tiempos parecen muertos también?