El
Consejo CVX-España ha vuelto a ofrecer este verano la posibilidad de realizar
la experiencia completa de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio durante
tres años. Ha sido en el Centro de Espiritualidad de Salamanca, del 15 al 24 de
agosto. Esta crónica sirve de memoria agradecida por lo vivido y por la generosidad
y servicio del Equipo de Acompañantes formado por Roberto Arnanz, Vicente
Garrido, Iñigo García y coordinado por Pablo Ruiz SJ, nuestro Asistente de
CVX-E.
Éramos un grupo de
veintiuna personas, la mayoría de CVX. Hubo de todo, unos 1ª semana, otros
2ª, otros 3ª y 4ª, otros semana de renovación… Ya sabéis, silencio estricto,
incluso en las comidas, que sólo se rompía por aquellos que leían las lecturas
en la eucaristía o compartían sus comentarios, acción de gracias o peticiones.
Aquí nos permitíamos alguna que otra sonrisa. Al principio, gestos serios, por
el cansancio que llevábamos, pero también por esa frialdad típica de los grupos
que inician un recorrido sin conocerse, aunque no todos, y que entre cristianos
más que frialdad es timidez. Este aspecto fue cambiando gradualmente en la
medida en que nos íbamos dejando acoger y envolver por el abrazo amoroso de
nuestro querido Jesús, el Señor, y el Espíritu Santo, sin olvidarnos del Padre
y de la Buena Madre. En sólo dos días las caras ya iban cambiando, la serenidad
y la sonrisa eran las notas dominantes, y sobre todo un sentimiento hondo de
comunión, de hermandad, de comunidad. Porque aunque los EE son personales,
individuales, en realidad, son posibles, o al menos, más significativos, más
cargados de sentido, cuando se camina en grupo. Al fin y al cabo, hacemos EE
para conocer la voluntad de Dios en el avatar del momento que vive cada uno,
una voluntad divina que va dirigida a la persona, pero que a la vez busca la
apertura y el amor a nuestros hermanos. No olvidemos el plural de la oración
que nos enseñó Jesús: “Padre nuestro…”
Es decir, que en los
EE, aun inmersos en un silencio prolongado a lo largo y extenso de ocho días,
suceden dos hechos maravillosos, muy simples, descubiertos por San Ignacio:
Dios desea comunicarse con el hombre. Y en esa comunicación, que no es
información, sino sabiduría y amor, un amor que cura, sana y levanta, convierte
y transforma, acoge, perdona, santifica… hace que volvamos la mirada de nuestro
interior, la motivación de nuestras vidas, nuestros deseos y afectos hacia
nuestros hermanos, hacia nuestro mundo, hacia el proyecto del Reino de Dios, en
definitiva. Sabiduría de Dios decía también, que pone orden, certeza, paz y
bien en esa realidad íntima que habita en cada persona de este mundo, tan
necesitada de luz, de discernimiento, de verdad y salvación.
Al final, en la
última eucaristía, se nos invitaba a compartir la experiencia, la vivencia de
los EE para cada quien. Los que compartimos pusimos un acento determinado,
nuestro acento, pero os aseguro que había un sentir general, que también se
expresó y repetidamente, esto es, un profundo agradecimiento a Dios por el don
de sí mismo, por su amor hacia cada uno de nosotros, por el don increíble y
maravilloso de los EE, a San Ignacio, a todos sus compañeros jesuitas, los de
antaño, los de ahora y los de siempre, a los acompañantes (¡qué sería del
inexperto en la vida del espíritu sin su guía y consejo!), un agradecimiento
sincero por la casa, y qué casa, no falta un detalle para el objetivo de su
razón de ser, qué inversión centenaria de esfuerzos de tantísimas personas que
han dado su tiempo, su dinero, su
trabajo, su fe, su entusiasmo, para que un grupo de personas, tu y yo y tantos
podamos vivir la experiencia de la comunicación de Dios, real y verdadera, sin
engaños, sin fantasías, en el susurro del silencio en medio de un desierto muy
cuidado. Creador y criatura, Padre e hijo. Maestro y discípulo, amor y amado…
¡Incomprensible para los criterios y valores de este mundo!, pero para
nosotros, ya sabéis… ¡sabiduría y belleza de Dios!
Rafa Bonilla,
CVX Granada