Juan Antonio Senent, de CVX Sevilla, reflexiona sobre el posible
caso de ciencia contra oscurantismo y dogmatismo neorreligioso, a raíz de la
carta publicada por 109 premios Nobel a favor de los transgénicos en la
agricultura como modo de resolver el hambre en el mundo.
Recientemente
se publicaba una carta de 109 premios Nobel, en su inmensa mayoría de medicina,
química y física contra Greenpeace
y a favor de los transgénicos en la agricultura como modo de resolver el hambre
en el mundo.
Se ha
señalado que la carta combate “una de las nuevas religiones de nuestro tiempo, una
especie de panteísmo donde el papel de Dios lo representa la Madre Naturaleza.
Una religión laica, sí, pero tan irracional e impermeable al argumento como
todos sus precedentes celestiales”.
¿Estamos en
un caso de ciencia
contra oscurantismo y dogmatismo neorreligioso o de ciencia como ideología e
interés? La carta suscita más dudas de las que despeja.
Asume una
pretensión de hablar en nombre de todas las ciencias y la comunidad científica.
Pero el uso de los transgénicos en agricultura plantea dificultades que no se
resuelven exclusivamente desde la biotecnología y según su propio método. Hay
reservas muy serias no resueltas científicamente sobre los efectos para salud
humana a largo plazo y de afectación a la biodiversidad. El principio de precaución
nos exige un uso responsable, seguro y eficiente de las innovaciones tecnocientíficas.
Ante la tecnología ni la fobia irracional está legitimada, ni tampoco la
confianza acrítica en que toda innovación implica una mejora para la vida
humana. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. Pero tampoco la ciencia
debe emplearse para favorecer intereses particulares de las grandes
corporaciones biotecnológicas como Monsanto. De hecho, como Greenpeace señala en
su réplica, no está contra cualquier empleo de los
transgénicos para atender las necesidades humanas.
También hay
dimensiones como la seguridad alimentaria, la preservación de la biodiversidad,
la responsabilidad por los daños medioambientales que cause, la equidad en el
acceso a los recursos tecnológicos, el respeto a la diversidad cultural y a la
autodeterminación cultural así como la participación política de las
comunidades rurales afectadas que no se pueden resolver únicamente desde las
ciencias duras que legitiman a estos premios Nobel. Se necesita para ello el
concurso de otras
perspectivas
científicas, filosóficas, y por supuesto, la voz de la sociedad civil “urbana”,
pero por supuesto, también de las propias comunidades rurales.
¿Está
resolviendo el uso de los transgénicos en agricultura el hambre en el mundo,
hay mejores alternativas?
Los datos
desmienten que esta tecnología se emplee para
combatir el hambre en el mundo. El 80% de esta producción agrícola
se dedica a pastos, piensos para la ganadería y a biocombustibles. Ello no es
camino más eficiente ni más directo para erradicar el hambre. Entonces, la
pregunta que surge es, ¿al servicio de qué está esta tecnología?
¿Hay
alternativas? Nos recuerda Greenpeace que la última evaluación
científica de Naciones Unidas sobre Ciencia Agrícola y Tecnología para el Desarrollo, llevada a cabo por
más de 400 científicos de todo el mundo hace un balance de la situación actual
en la agricultura mundial y concluye que la agricultura ecológica permite
aliviar la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria. Por el contrario,
cuestiona la agricultura con transgénicos por sus implicaciones sociales y
ambientales y la descarta definitivamente como solución única al hambre”.
Por ello,
hay actualmente medios de producción, tanto ecológica como tradicional, que
pueden atender las necesidades alimentarias de las presentes y próximas
generaciones. Incluso excedentes de producción y un 30% de los alimentos que
terminan en la basura. Ante esos datos, suele decirse que la dificultad procede
de la falta “voluntad política”. Ciertamente esto falta, pero la cuestión es
más compleja y se resuelve a otro nivel, y es la constelación de poderes
económicos, políticos y culturales que impiden a las comunidades más
desfavorecidas el control de su propia soberanía
alimentaria como modo de superar la negación de su
seguridad alimentaria propiciada por el modelo de desarrollo moderno hegemónico
que los excluye.