Juan Antonio Senent, de CVX Sevilla, termina sus reflexiones
sobre política teológica liberal a partir de John Locke.
Estamos
viendo las preferencias que fundamentan el Estado y la sociedad civil en la
tradición liberal en la obra de John Locke. Estas opciones fundamentales se presentan
como un marco teológico
dado al género humano. Si es así, no cabe alternativa, y su desconocimiento o
negación situaría a los hombres en una situación de irracionalidad e
inhumanidad. Presentar ese marco no como una ideología particular sino como
algo dado por Dios, quien es un “omnipotente e infinitamente sabio Hacedor”, en
contexto culturalmente creyente permite una gran efectividad simbólica. Por eso
en su Segundo tratado del
Gobierno Civil, para justificar los principios políticos y civiles,
sitúa en la cima de su argumentación la propia razón divina. Se trata así de
una indagación teológica cuyos
frutos presenta como evidentes y fundantes del orden social.
Junto al individualismo y al etnocentrismo
visto, se proyecta una visión
patrimonialista. Si el individuo no es sino una criatura de su
Creador, la relación que entre ambos se constituye es bajo la lógica de la
propiedad y la servidumbre, del Amo y siervo: “todos son propiedad de quien los ha
hecho, destinados a durar mientras a Él le plazca, y no a otro”. De modo
análogo, los individuos se apropiarán del resto de la creación para someterlos
a sus designios y maximizar sus utilidades. No hay ninguna alteridad que tenga
valor en sí, ni los otros, ni los seres vivos. Lo único a respetar es el orden
jerárquico que genera la ley natural establecida por Dios. Primero Él, y
después el hombre, su esposa, hijos, sus sirvientes (bajo salario), los
esclavos, y el resto de sus posesiones.
Desde esta
visión patrimonialista observamos su formulación patriarcal: hay una
jerarquía que parte del padre de familia quien domina sobre la esposa, pues se
da una “diferencia de entendimientos” entre ambos. Así, el gobierno de la
sociedad conyugal y familiar debe recaer sobre el “varón, por ser éste más
capaz y el más fuerte”.
La ley
natural, que jerarquiza la realidad social y el conjunto de la creación,
establece unos derechos naturales (vida, libertad, propiedad) inalienables para
los sujetos humanos, es decir, con entendimiento o razón. La prueba de
racionalidad de un individuo es que entiende y respeta ese orden legal. Pero
quien amenaza o lesiona los derechos de otros se sitúa fuera del género humano
al mostrar con su acción o intención que no rige para él la ley de la razón.
Estos son los individuos de otros pueblos que agreden o amenazan a los pueblos
civilizados que tienen que restablecer el orden legal natural con la guerra justa. Los culpables, se convierte
así en degenerados
que pierden por su propia responsabilidad los derechos a la vida, la libertad y
la propiedad. Pueden ser ejecutados cuando les plazca a los vencedores o hechos
esclavos por ellos. Así, como argumenta John Locke, se da lugar a la institución
de la esclavitud:
“Hay otra clase de siervos a
los que damos el nombre particular de esclavos. Estos, al haber sido capturados en
una guerra justa, están por derecho de naturaleza sometidos al dominio absoluto y
arbitrario.
Como digo, estos hombres, habiendo renunciado a sus vidas, y junto a
ellas, a sus libertades; y habiendo perdido sus posesiones al pasar a un estado
de esclavitud que no los capacita para tener propiedad alguna, no pueden ser considerados como parte
de la sociedad civil del país, cuyo fin principal es la preservación de la
propiedad”.
Surge así en
el marco de una “sociedad
de libertades”, recordemos que para la “preservación de la
propiedad”, la esclavitud que no implicaría ninguna contradicción formal ni
material para este liberalismo político. Los libres no pueden renunciar a su
libertad, pues ésta les fue dada por Dios quien es propietario de ese derecho de libertad, y por
eso tienen que hacer esclavos a quienes quisieran someterlos. Quien hace esclavos defiende la
libertad, y además preserva la voluntad de Dios. Por ello, el
despojo y el trabajo forzado hasta que le plazca al dueño dar muerte al
esclavo, lo que Locke denominó un “dominio absoluto y arbitrario” es fruto de
la culpabilidad de los “sujetos pendencieros y revoltosos”, no de sus amos.
Estos no pertenecen a la sociedad civil, pues se conforma de sujetos con
derechos. En este marco
teológico-jurídico-político, no es de extrañar que una
Constitución liberal como la de los Estados Unidos de Norteamérica conviviera
casi un siglo con la esclavitud en su país. Tuvo que darse una guerra civil
contra ese orden para que, progresivamente, fuera eliminada la esclavitud y la
discriminación racial y étnica, que todavía está viva en la patria de las
libertades y la democracia.
Vemos así la
fecundidad ideológica de esta concreta política teológica liberal y la
capacidad de manipulación histórica de esta tradición para presentarse como
padres de las libertades y los derechos humanos en la era moderna. Ni otros
pueblos cabían en su ideal de humanidad, ni el varón y la mujer compartían la
misma racionalidad y derechos, ni los siervos por contrato (trabajadores)
tenían los mismos derechos políticos y libertades que sus amos. La rebelión
contra estas manipulaciones y exclusiones por otros movimientos contrarios y
excluidos de la común dignidad humana, obligó a sucesivas reformulaciones
retóricas de esta tradición doctrinal, en la cual todavía pueden reconocerse
hoy en día el peso de esos mismos fundamentos ideológicos anteriores.