Fernando Vidal, de CVX-Galilea, reflexiona sobre
las personas que se ven forzadas a abandonar su casa por el cambio climático.
Los refugiados
ambientales serán la mayor migración forzada de la historia pero no
tienen reconocido tal derecho. Hay que comenzar a luchar a su favor desde ahora mismo a una causa a la
que seguramente ya estamos comenzando a llegar tarde.
Cada segundo en el
planeta una persona se ve forzada a abandonar su casa por desastres ambientales.
Cada minuto, 60. Cada día, 86.400. Son datos del Consejo Noruego para los
Refugiados, que informan que en 2014, 19 millones de ciudadanos perdieron su
hogar y tierra por inundaciones, tormentas o terremotos. En esos desastres, el
cambio climático provocado por el industrialismo tiene un papel cada vez mayor.
La australiana
Universidad de Queensland ha realizado un estudio que muestra el alcance de la
destrucción ambiental de los archipiélagos melanésicos, en medio del Pacífico.
Casi un millar de islas estudiadas están al nivel del mar y han contemplado
cómo el nivel marino ha ido acelerando su inundación. Actualmente –desde 2002-
el océano ya va tomando anualmente el 1,9% de cada isla. Algunas han perdido
ya más de tres quintas partes del territorio habitable y la mitad de sus
viviendas. Culturas que habían durado un milenio, se ven aniquiladas por
los efectos del industrialismo. Hay ciudades que estamos viviendo al 150% por
encima de nuestra sostenibilidad.
Los miles de islas
del Pacífico son un gran laboratorio de lo que el mundo va a sufrir
masivamente. Haríamos bien en fijarnos en su drama y hacernos preguntas. ¿Qué
ocurre con esas culturas anegadas? ¿Se pueden trasplantar? ¿A dónde irá la
gente? Emigrados a Indonesia o Australia, sentirán que tras ser su pueblo
ahogado por el Océano ahora les ahogará el capitalismo. La lucha por sus
derechos es crucial.
Los “Sin Tierra” y
los “Sin Hogar” son un paradigma del mundo que viene. Como los Sin Hogar
en la mayor parte del mundo, no tienen reconocido realmente un derecho a un
lugar. Luchar contra el sinhogarismo es una causa muy similar a la lucha por
aquellos que han perdido su tierra y sufren desamparo e inseguridad. Las
exclusiones están todas comunicadas por las duras raíces de la violencia
contra la alteridad. En realidad todas las inundaciones forman parte de un
mismo desastre: la inundación de superficialidad, la inundación de
insolidaridad que nos aísla dejando incomunicados urbanizaciones ricas y
suburbios populares, la inundación del sinsentido, la inundación de dinero que
ahoga el sentido común. La subida del nivel del Océano que ahoga las culturas
originarias es una metáfora de lo que ocurre en un mundo que mucha más gente
debería querer cambiar.
No nos creamos
seguros porque no vivamos en pequeñas islas; en realidad sí lo hacemos. Somos
tan frágiles como ellas. Lo único es que los melanesios y muchos otros pueblos
nativos son las primeras víctimas. Todos vivimos en una isla llamada mundo y
el agua sube para todos.
Para llegar a tiempo
de evitar la extinción masiva de especies naturales, para que no se destruyan
los pulmones verdes del mundo y para que no se aniquilen a los pueblos
originarios, es necesaria una revolución ecologista. Deberíamos movilizarnos
como si se tratara de una guerra. El problema es que nuestro enemigo
somos nosotros mismos. Esas son las batallas más difíciles de ganar.