Juan Antonio Senent, de CVX Sevilla,
con esta reflexión intenta responder quién decide el ámbito de lo religioso y
su relación en torno al poder.
La posibilidad de
contribución al espacio público de una religión depende de cómo entienda el
ámbito de su ocupación, es decir, su marco teológico. Ello supone la afirmación
de una mirada propia a la realidad, pero también, el intento de configurar
desde el poder el ámbito propio de competencia de la religión. Por ello, hay
una lucha por determinar el ámbito de su marco teológico, una política
teológica en orden a su configuración legítima.
¿Quién determina
su configuración legítima, quienes establecen esta mirada a la realidad o
el poder y la ley? El ejercicio de la libertad de los sujetos y sus comunidades
son quienes establecen o reciben una mirada sobre la realidad, sobre su
carácter último y sobre su desenvolvimiento. En este sentido, la libertad
cultural y religiosa es anterior y no modulada por el poder político y la ley.
Cuando este ejercicio ha hablado, es cuando el poder y la ley reaccionan y
tratan de limitar, establecer su competencia, el ámbito de su legitimidad. Y
para ello, perseguirlo, limitarlo, tolerarlo o tratar de absorberlo.
Esta lucha
político-teológica se da cuando hay un conflicto entre la mirada teológica
y la configuración del espacio social y político determinada por el poder. La
mirada religiosa también puede penetrar sobre las relaciones sociales, sobre el
tratamiento debido a los seres humanos, sobre la justicia y los límites de la
ley, la legitimidad del poder. Por ello, el conflicto está servido. El poder no
está sólo en la ordenación y legitimación de la ordenación de la realidad. Es
la instancia superior, la que cierra coyunturalmente el debate, pero no está
sola. Hay otras instancias que también valoran y juzgan, aunque no con poder.
Lo propio del
poder es su capacidad de imposición y determinación y la autoafirmación de
la bondad de su propio poder. En este sentido, es una instancia inmanente, que
tiene la capacidad de configurar y decidir este mundo. La religión
siempre tiene los pies de barro ante este poder (a no ser que se desnaturalice
y asuma el poder político) porque está sometida corporalmente a esta disciplina
política. Pero, a su vez, el poder siempre tiene los pies de barro ante la
mirada trascendente que procede del ámbito religioso. Los poderes de este
mundo buscan su divinización, lo cual es una afirmación teológica del poder de
este mundo. Pero sin embargo, una religión como la cristiana, trasciende el
poder de este mundo y choca por tanto con la divinización teológica del poder.
Este trascender es ir más allá, estar en el mundo pero sin asimilarse e
identificarse con él, abrir un horizonte nuevo, que muestra el carácter penúltimo
del poder y de sus determinaciones y por ello, su carácter incompleto,
limitado, torpe. Continuamente reclamará el brillo de lo intocable, de lo
perfecto, de lo cumplido, de lo sagrado. En cambio, una mirada trascendente del
mundo, mostrará su distopía, su capacidad de engaño, su limitación.
Pero uno y otro
están convocados a convivir en el mundo. Si el poder tendrá el oficio para
administrarlo, la mirada religiosa tendrá la oportunidad de trascenderlo y de
abrir un nuevo horizonte de humanización en una lucha inacabable
históricamente.