Juan Antonio Senent, de CVX Sevilla,
reflexiona sobre la permanente necesidad político-cultural de encasillar lo
cristiano
y la permanente fuga de lo cristiano cuando se le encasilla.
Un fenómeno
como el cristianismo es multidimensional y complejo. Si se quiere reducir a una
dimensión nos sorprende con otra. Pero hay una permanente necesidad política y cultural de
encasillar lo cristiano. Aunque también una permanente fuga de lo cristiano
cuando se le encasilla. En esas fugas provee de síntesis de
opuestos frente al sentido común vigente. Por ello es necedad para unos, sabia
locura para otros. Así, suele escapar a las lógicas binarias. Sus síntesis
sucesivas abren terceros caminos que escapan a la violencia reductora que
obliga a la elección entre lo que se ha declarado opuesto. Por ello es
desconcertante, desinstala y se escapa al intento de control social que los
distintos modos de reducción lo van tratando de someter a lo largo de la
historia.
En este
sentido, el cristianismo tiene
la capacidad de transformar, aunque también de ser transformado, de subvertir y
de ser subvertido, en una lucha permanente, y por ahora,
inacabable en términos históricos. Pero nunca se agota en los giros a que es sometido o a que se somete en
su propia marcha. Tenía que haber desaparecido ya con la propia
muerte de Jesús, con el triunfo político de la religión de Israel sobre su vida
pública; como fenómeno residual de seguidores marginalizados en los inicios del
movimiento. También debió desaparecer cuando se intentó su absorción por el
Imperio romano con el constantinismo; cuando adoptó la forma de poder político
y cultural en la Edad Media; cuando ese poder fue combatido con éxito por la
secularización del poder político desde el Renacimiento y la independencia del
proceso cultural del control de las iglesias. También debió haber muerto con el
triunfo del espíritu científico y el creciente poder técnico para satisfacer
los deseos humanos en la era moderna. Le aguarda ahora, según dicen, otra
muerte venidera, la era postreligiosa que ya empieza a emerger y en el que el
cambio de conciencia espiritual desplazará la forma religiosa.
Hay en todos
esos procesos una agonía
del cristianismo. En cada uno de esos momentos, una lucha final
en la que deberá ser aniquilado en los respectivos campos en los que estaría
compitiendo para ser domesticado, subsumido, anulado. Por ello, los cristianos
solemos sentir la violencia simbólica reductora que nos asimila con algo
unilateral en lo que no nos vemos reconocidos ni comprendidos.
Es cierto
que a lo largo de la historia ha jugado de forma significativa en distintos
campos en los que ha podido incluso tener momentos de éxito relativo para ser,
a su vez, en momentos posteriores, desplazado. Pero nunca se ha agotado en
ninguno de ellos.
En los
primeros tiempos se interpretó como una lucha por el poder político y religioso
que amenazaba tanto la religión de Israel como el Imperio romano. Caifás y el
Sanedrín judío así lo vieron y se defendieron: “Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y
vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación”, por
ello Caifás sentenció, “conviene que un hombre muera y no perezca la nación”.
Pero también ahora, puede ser visto el acontecimiento de Jesús, como una nueva
y superior forma de inteligencia práctica en la lucha por el poder. Sin
embargo, ese no fue el signo histórico en los primeros tiempos. El cristianismo
no alcanzó ese pretendido poder, ni siquiera con su “nueva táctica”.
El Imperio
romano decidió ya en su postrimerías adoptarlo como forma de legitimación
político-religiosa y servir también de autoridad interna en el control social
del propio espacio cristiano. San Agustín reaccionó ante la tentación
de ver en lo cristiano una forma religiosa de defensa de la sociedad del
Imperio y de sus instituciones. El Dios de Jesús no era responsable de la
descomposición del Imperio, ni del mantenimiento de sus propias estructuras
injustas. El Dios de Jesús era otra cosa, y estaba para otra cosa. Pero tampoco es el cristianismo reducible a
una disciplina legal de su propio grupo social. Tiene derecho e
instituciones de control, pero no es derecho ni instituciones de control.