Más allá de un relato cronológico de
acontecimientos, quiero compartir el regalo que ha sido para mí la experiencia
del Reloj de la Familia en Latinoamérica. En pocas palabras, una auténtica
vivencia de misión, de acogida y de amistad.
Misión porque desde el primer momento me
sentí enviada por la CVX de España, por el Equipo de Familia, por mi CVX
Zaragoza (y por mi santo esposo que guardó el castillo en mi ausencia), a
compartir esto tan nuestro, que nos viene ocupando en los últimos años de trabajo en el equipo.
Partir con la ilusión de llevar a otros momentos de sentido y de encuentro
marca tendencia, pre-dispone a intentar
dar lo mejor de uno mismo, a buscar el
modo oportuno de comunicar, a escuchar y a mantener los ojos muy
abiertos a la vida que fluye. Hay pocas motivaciones más poderosas que la de
trasmitir aquello que ha sido bueno para uno, y llevar el Reloj al otro lado
del océano era una aventura entusiasmante, tanto que ningún inconveniente (que
había algunos) pudo frenarla.
Acogida porque el pueblo latinoamericano es
así, acogedor por naturaleza: un gran hogar en el que siempre hay espacio para
el que llega, una casa que se abre de par en par sin contar cuanta gente cabe.
Desde el primer momento nos recibieron con ese calor humano y esa alegría
propios del hemisferio sur. Mi sensación era la de que éramos tratados como un
objeto precioso que era custodiado a turnos por los guardianes ceuvequistas,
atentos a nuestros deseos para materializarlos, integrándonos como a uno más en
sus familias y comunidades (las comunidades CVX, pero también la comunidad de
jesuitas en Buenos Aires). Cuantas veces en esos días nos han expresado su
agradecimiento, cuantos besos y abrazos hemos recibido, y cuanta vida hemos
compartido después de cada jornada de trabajo.
Pero también acogida de nuestro Reloj de la
Familia. Siempre se tiene la duda de si lo que funcionó aquí podrá funcionar
allá, si la distancia geográfica podrá afectar al delicado mecanismo que pone
en marcha esos procesos de gratitud, de consciencia, de reconciliación, de
proyección hacia el futuro…
Las CVX de Uruguay y Argentina pusieron todo de su
parte para que así fuera: los medios y
el lugar, la mejor disposición, toda su energía, una generosidad enorme al
compartir con otros, y mucha paciencia con estos españoles que hablamos tan
rápido y utilizamos expresiones extrañas, como la especialmente célebre “eres
un hacha”.
Y por último, ha sido una gran experiencia de
amistad, de esa que nace y se fortalece cuando creamos y trabajamos juntos, cuando
comunicamos a corazón abierto, cuando el centro no son nuestras preocupaciones
cotidianas sino el deseo de acercarnos a los otros y compartir lo que somos y
tenemos. Ha sido un gran momento de comunión entre los pueblos
latinoamericanos: era emocionante ver a tantas comunidades de distintos países
reunidas en una misma experiencia, hablando un lenguaje común. No hablo sólo de
unidad entre las comunidades CVX, sino también con otras personas de iglesia
que han aportado diversidad y colorido a nuestro Reloj, especialmente en San
Miguel. Es sorprendente cuantos lazos se generaron en tan poco tiempo, y como
tras el regreso permanece el deseo de seguir conectados, de saber de nuestras
vidas, de trabajar en común con América
Latina en el tema de familia, de soñar nuevos proyectos y experiencias en
común…
Es un topicazo decir que he recibido mucho
más de lo que podía dar, pero es rigurosamente cierto. Porque además de todo
eso, lo hemos pasado muy bien. Aquí pensamos que en España somos los reyes de
la fiesta, pero allá nos llevan una buena ventaja…
Hace poco tuve la suerte de ver “Inside Out”, la
nueva película de Pixar (muy recomendable como post- Reloj, por cierto). Ahora
imagino esos días en América Latina suspendidos dentro de una pequeña esfera
con el aura amarilla de la alegría, un recuerdo esencial lleno de rostros: los
de Mace y Rafael, Mariana y Elvio, Santiago y Jimena, Alvaro y Sofía, Carlos y
Ana, Paula y Esteban, Marcelo y Carmen, Gaby, Paco Arrondo, Juan Berli, …y
tantos otros. Gracias Uruguay, gracias Argentina por este regalo.
Menchu Oliveros