Mi vocación CVX es paralela a mi vocación como cristiano. La
una es una expresión y concreción de la otra. Ambas son fruto de mi encuentro,
cara a cara, con el Padre. Y ese encuentro se produjo inicialmente, en mi caso,
a través de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Este encuentro cambió mi
forma de entender el mundo, la vida, mi vida. Dio sentido trascendente a todo,
al día a día y al mundo entero. Me hizo caer en la cuenta de que sólo se vive
una vez y que el Dios de Jesús nos lo anuncia y recuerda con su vida, su muerte
y su resurrección. Vive cada momento como si fuera el último y busca esa vida
en lo que tiene sentido: amar con todo el corazón, con todo el ser, con toda
pasión la obra del Padre en su integridad, todo lo que es creado (el hombre,
los árboles, el monte, los pájaros, … a ti mismo).
Esta es la razón de mi vocación cristiana. Y también de mi
vocación CVX. Conocí el rostro del Padre en los Ejercicios, su cariño, su amor,
su abrazo. En ese momento sentí que eran una herramienta privilegiada de la
Iglesia para sentir internamente lo que había sentido. Hay otras, como hay
otros modos de entender el Misterio, quizá igual de válidos, pero en mi
trayectoria vital y cultural yo tropecé con esta.
Fruto de dichos Ejercicios (y de otros que prosiguieron) unas
cuantas personas comenzamos una comunidad de vida en Bilbao. Era el año 1982 y
yo tenía 19 años. En aquel momento el único objetivo era vivir la experiencia de
los ejercicios en el día a día, llevarlos a la práctica. Los miembros de los
dos grupos que comenzamos, los de las otras ciudades del País Vasco y otros más
en años siguientes, descubrimos que la misma experiencia estaba siendo vivida
por más personas en el Mundo. Era la Comunidad de Vida Cristiana, heredera de
las Congregaciones Marianas. Nos integramos en ella.
Comenzamos a leer, conocer, formarnos en lo que era la CVX:
Principios Generales, revistas Progressio, etc. Un tiempo muy fecundo en que
aprendí y experimenté las herramientas de CVX: oración, acompañamiento, grupo,
Eucaristía y, sobre todo, la de continuar la experiencia de Ejercicios. Así,
por invitación de mi acompañante, al finalizar la carrera hice el mes de
Ejercicios en Loyola. Año 1987. Este fue el segundo punto de inflexión en mi
vida, en mi vocación como cristiano y afirmó mi vocación como laico en la CVX.
Cierto es que se visualizó años más tarde en el Compromiso que, junto a otros
miembros de mi grupo, realizamos en Getaria en el año 1992.
Muchas personas han pasado y pasan por parecida experiencia. Unas
han perdido su fe (o así lo manifiestan), otras han continuado su vocación
cristiana fuera de la CVX, bien porque esta vocación no encajaba en su modo de vida
o bien porque en algunas ocasiones no hemos sabido adaptar nuestra realidad
comunitaria al momento vital de las personas. Lo que me tocó vivir con muchos
amigos, compañeros de comunidad, fue un error de juventud. Los que aun no
sabíamos que es asumir responsabilidades familiares como parte de nuestra
vocación exigíamos a otros una excesiva responsabilidad en su activismo cristiano.
Llevamos un tesoro en vasijas de barro.
Sin embargo, a pesar de todo, otros muchos continuamos
hoy en esa etapa que podemos llamar de “Discernimiento apostólico” en el que “se
vivirán diferentes y siempre cambiantes situaciones vitales, tanto personales
como comunitarias. Si bien pueden surgir diferentes momentos desde lo personal
y/o comunitario (consolaciones, desolaciones, vaivenes, dudas y también
crisis), en esta etapa el miembro CVX procura vivir en alerta permanente y sus
actitudes son de discernimiento, disponibilidad e integración, de manera que la
misión esté sustentada en la oración, el examen y la Eucaristía.” (Suplemento
Progressio N45-46, Diciembre 1996).
Doy
gracias a Dios por ello.
Jorge
Urrutia (CVX Arrupe Elkartea)