"Sentimos miedo de no tener cuando en realidad se nos ha dado todo": dos experiencias de Ejercicios para jóvenes en Burgos

Y es como una ducha de agua... fría, por supuesto. De esas que te hacen despertar... Pero a la vez la más cálida de las duchas calientes que jamás te hayas tomado. Diariamente nos duchamos. Diariamente vivimos... y sin embargo... ¿Cuántas veces realmente lo sentimos?
¿Cuántas veces realmente sentimos la ducha, la VIDA?.
Al igual que vivir, ducharse puede parecer muy sencillo; te desnudas y miras el agua. Cuando
crees que está al punto te metes. Agua... jabón... un par de frotes... y para fuera. ¿Parece sencillo verdad?.

Pero hay más opciones... también puedes desnudarte por completo, y mirarte. A veces eso
no resulta sencillo. Después abres el agua de la ducha, y poco a poco vas entrando, siendo
plenamente consciente de lo que vas a hacer. El agua choca contra las distintas partes de tu
cuerpo, y lo notas. Cierras los ojos. Esa sensación se hace más y más fuerte. Caen chorros de

agua por tu piel aún seca. Tu cuerpo es salpicado por millones de gotitas de agua. Cada cual distinta, cada cual especial. Una a una... plof... plof... Prestas atención a tus movimientos... giras el tronco, la cabeza, para tener diferentes sensaciones. El agua embriaga tu cuerpo y ya no hay otra sensación. Estás tranquilo. En paz. No necesitas nada más. Este momento es tuyo, y esta agua te lo está dando todo. Te limpia. Te calma. Percibes la temperatura del agua y como va cambiando cuando la regulas. Te hechas un poco de champú entre las manos y no puedes hacer otra cosa que oler su perfume... continúas con los ojos cerrados... ¿Qué sensación te embriaga? ¿Es familiar? ¿Puedes reconocer su fragancia? ¿Qué recuerdos te inspira?... te lo aplicas poco a poco y sientes como se funde con tu pelo. Tus dedos distribuyen el champú.


Y así es como han sido estos ejercicios. Un jarro de agua fría para despertar, pero que resulta que no es fría. Una ducha de emociones, de vivencia de Dios. De su agua, de su amor y mi desnudez, mi pequeñez. De comenzar con los poco a poco dejando las prisas, los ruidos, las ansiedades y las angustias. Olvidando los miedos, porque al fin y al cabo son solo eso, miedos.

Aprender que sentimos miedo de no tener cuando en realidad se nos ha dado todo. El darme cuenta que no saber hasta donde soy capaz de llegar porque mi vida está en sus manos.
Rebeca Alonso Ruiz.

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Actualmente estoy estudiando el Máster en Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, es decir, caminos de toda la vida, pero adaptado a Bolonia. Este sistema de estudios se traduce en que básicamente, no tienes apenas vida a parte de la carrera. Por las mañanas biblioteca y por las tardes clase. Así que, estando en ese contexto, uno se replantea si realmente ese es su sitio.

En este ambiente de dudas llegué a estos ejercicios, en los que un jesuita llamado José María Castañeda nos puso a reflexionar sobre las distintas frases y palabras que forman el Padre Nuestro. “Padre”, “Nuestro”, “Que estás en los cielos”, etc… La experiencia me encantó. Y sin duda repetiría. 

No es lo mismo pasar por delante de la catedral de Burgos todos los días, a que te la expliquen detalladamente y además puedas disfrutar de ella sin prisa. Si tuviese que quedarme con una de estas
reflexiones, sería la de “danos hoy nuestro pan de cada día”. ¿Por qué? Simplemente porque entendí qué significaba eso que siempre se dice pero que cuesta tanto hacer: confiar en Dios. Y lo entendí con el texto del maná. El maná se ponía malo de un día para otro porque Dios quería que aprendieran a confiar en Él, a esperar en Él. Los judíos no podían guardarlo, tenían que fiarse de que Dios les mandaría al día siguiente su sustento. Su confianza no estaba pues, en lo que ellos podían conseguir, sino en Dios. Dios les iba a dar lo que necesitasen para continuar su duro camino. Es decir: Dios tenía para su pueblo un plan, mejor dicho, un proyecto. Ese proyecto incluía la travesía por el desierto, pero también las fuerzas para recorrerlo. Cada uno tenemos nuestras circunstancias, nuestro desierto que estamos atravesando. Muchas veces no sabes ni a dónde vas ni porqué. Pero lo mejor de todo, es que no tienes que saberlo, no tienes que tener “controladas” tus circunstancias. Tienes que esperar que cada día Dios te va a dar lo que necesitas para continuar y seguir caminando.
Somos cristianos y a veces creemos que ser cristiano significa únicamente hacer cosas. Pero esto no es siempre así. Ser cristiano implica no olvidarte de que tienes un Padre que no se olvida de ti y que no deja de darte aquello que te hace falta, te des cuenta o no de ello.

Miguel Esteban