Espiritualidad laical ignaciana

Los días 26 y 27 de junio, Ana (mi mujer), realizó el examen final y defensa de su trabajo de síntesis sobre la “Espiritualidad laical ignaciana” necesarios para la obtención del título de Grado en Ciencias Religiosas, que le habilite como profesora de la asignatura de Religión en Educación Secundaria y Bachillerato. En la foto aparece junto a su compañero Juan José, porque ellos han sido los dos únicos alumnos de la primera promoción de Grado, tras la implantación del Plan Bolonia.

Aunque es verdad que este acto meramente académico no tiene mucho de especial ni de novedoso. Como miembros de CVX y de la Parroquia de Madre de Dios, me gustaría haceros partícipes de este hecho que pone un punto y aparte; un tiempo que hemos intentado vivirlo como misión, y en el que nos hemos sentido enviados, acompañados y apoyados por vosotros. Como Ana decía con alegría al mandar los primeros mensajes de WhatsApp y emails tras finalizar: “hay un trocito de cada uno de vosotros en este título”

Cuando ella estaba redactando las conclusiones, pensó incluir algún texto antes del índice, que sirviera de pórtico o prólogo, no sólo para este trabajo, sino como una forma también de resumir lo que han sido los avatares de los cinco años de su nueva etapa de formación universitaria en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Diócesis de Asidonia-Jerez (ISCRA), adscrito a la Universidad Pontificia de Salamanca; exactamente los mismos que llevamos casados y residiendo juntos en Jerez de la Frontera.

Sin embargo, como le era muy difícil resumir en pocas palabras este tiempo: unos años muy ricos por todo lo aprendido y por las personas que ha conocido, aunque también a veces duros, por la dificultad de compaginar los estudios con otras facetas de su vida; aprovechando su tema sobre la espiritualidad ignaciana, se ayudó de dos conocidos aforismos, ambos pronunciados por jesuitas, con cuatro siglos de diferencia.



En la 2ª anotación al inicio de los Ejercicios Espirituales San Ignacio dice que: “No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente”. Con cierta ironía en su elección, este aforismo resume perfectamente el deseo de Ana de que todo el conocimiento adquirido no se quede en la superficie, en lo intelectual, sino que lo haga propio en su vida, llegue “al corazón” y también a los que le rodean.


Cuatrocientos años después, al poco de clausurarse el Concilio Vaticano II, el teólogo jesuita Karl Rahner escribía que: “el cristiano del futuro será un místico o no será cristiano”. Con esta frase concisa, actualizaba la visión mística ignaciana del mundo del “encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Con esto, Ana llegaba a la conclusión de que, como cristianos laicos, nuestro primer desafío es redescubrir y revalorizar las actividades ordinarias, que aunque sean invisibles para muchos, son la parte principal e irrenunciable de la misión y lo que sostiene todo lo demás. Ya desde ahí se puede ver a qué otros servicios el Señor nos llama dentro de la disponibilidad y circunstancias de cada uno en cada momento.

Por último, quiero destacar también el hecho de que la elección del tema, aprovechando la reciente conmemoración del Año Jubilar por el 450 aniversario de las primeras comunidades laicas ignacianas, ha sido una nueva oportunidad de presentar en la Diócesis el carisma de la espiritualidad ignaciana, tras la audiencia que el Obispo D. José Mazuelos concedió a la Comunidad el 10 de junio, como pudisteis leer en la crónica.
No quiero despedirme sin agradecer públicamente a Ana todo este tiempo que nos ha permitido comprobar que el matrimonio es "en lo bueno y en lo malo", en todo. Además, con este trabajo sobre la espiritualidad ignaciana laical, he podido aprender también que, aunque San Ignacio vivió durante el renacimiento y tuvo unas raíces teológicas medievales, el conocimiento de su biografía, su experiencia de conversión y su visión teológica sobre Dios, el mundo y la persona pueden aportar mucho hoy en día a la Iglesia.

Un fuerte abrazo,

Jesús - CVX Madre de Dios