Carta abierta de Younes y agradecimiento a CVX

Renacimiento de un inmigrante
Me llamo Youness G. y vengo de una pequeña ciudad costera del norte de marruecos (Kenitra), de una familia compuesta por el matrimonio de AMER y KHADIJA y sus cinco hijos: IKRAM, HAYAT, MOHAMMED, JALAL y YOUNESS.

Crecí en una familia austera, pues cuando llegaba el 20 de cada mes, había que echar mano de la solidaridad y la imaginación para llegar al final del mes (como casi todas la familias marroquíes), pues el único miembro de la familia que trabajaba era mi padre y con su pequeño sueldo no se llegaba a satisfacer las necesidades de los 7 miembros de la familia.
Eso hizo que mi padre eligiera a su hijo mayor, que en este caso era yo, para que viajara a Europa y así echar una mano en la economía familiar. Yo era un chaval de 19 años con un título de bachillerato en el bolsillo, pero sin la oportunidad de encontrar un trabajo en mi tierra, porque la única solución para poder conseguir un puesto de trabajo decente era sobornando a alguien.
Así empezó mi viaje, un viaje lleno de sentimientos contradictorios como dejar atrás a los seres queridos, hermanos, amigos, familiares….pero al mismo tiempo la alegría de ir a una tierra de oportunidades, libertad y derechos. Cuando llegó el momento de cruzar los 15 kilómetros del atlántico que separaban Marruecos de España, se apoderaba de mí el miedo de embarcar hacia lo desconocido, pero lo consigo dominar pensando en la situación de mi familia y las expectativas que han puesto en mi persona.
Después de un largo viaje que duro 9 años a través de Europa (Alemania, Noruega y Francia), buscándome la vida como podía entre alegrías a ratos y decepciones en otros y con la sensación que me acompañaba en todo los sitios y a todas las horas de no tener derechos por la única razón de carecer de papeles en regla (ser ilegal). En fin, las sensaciones de un inmigrante decepcionado, que se ha dado cuenta de que él lo que venía buscando era solo un sueño y la realidad es otra.
Un día en un pueblo de Zaragoza en 2010, charlando con un amigo de la situación que vivíamos y del futuro que nos espera en medio de una crisis que nos ha dejado no solo marginados sino también indeseados, me dice “tengo entendido que en Bilbao se puede aprender un oficio, aun siendo un sin papeles“. Mi primera reacción era responderle con rabia “¿que me estas contando?”. Al ser ilegal aquí no tienes derecho a nada, lo único a lo que tienes derecho es a sobrevivir.
Pero aquellas palabras no eran mías, eran el resultado de un rechazo que sufría de la parte de la sociedad, y también del enfado hacia mí mismo por culparme de la situación en que me encontraba en aquel momento (sin trabajo y sin casa).
Pasados unos días, empujado por la necesidad de mejorar mis condiciones de vida, empecé a investigar y preguntar por Bilbao y si lo que me comentaba mi amigo era cierto, y al no tener ninguna respuesta, llegué a la conclusión de que tenia que comprobarlo yo mismo. Además, no teniendo nada en Zaragoza (sin trabajo, sin ingresos…) pues no iba a perder nada. Y así decidí no perder ni un minuto y preparar mi mochila y cambiarme de sitio por enésima vez (eso es lo único bueno de ser joven emigrante: se prepara la mochila en unos minutos).
Llegué a Bilbao un domingo de agosto de 2010 sobre las 22:00. Al bajar del autobús mi primera sensación fue oler la ría, y sin darme cuenta recordé mi ciudad natal. Después de este rato de nostalgia vuelvo a la realidad al recordar que tengo solo 10 euros en los bolsillos, que no conozco a nadie y con el miedo de ser detenido por la policía al carecer de documentación.
Empecé a andar sin destino pero con las ideas claras: no meterme en líos, no ser identificado por la policía y encontrar un sitio donde pasar la noche hasta que llegase el día.
Después de un rato, veo en mi camino a una chaval de mi edad y con apariencia árabe, andando, y decido preguntarle si hay algún albergue que esté abierto. Me responde: “ERES NUEVO EN BILBAO?”
YO: “SI, ACABO DE LLEGAR“
CHICO: “… alberges no hay ninguno abierto a estas horas pero hay un sitio que se llama TITANIC donde suele dormir la gente que acaba de llegar a Bilbao. Si quieres me acompañas. Además es tu día de suerte, hay una cama libre”.

Como estaba con la necesidad por lo menos de esconderme de los controles de la policía, acepté acompañarle. Al llegar al sitio y verlo deduje por que le llamaban de forma irónica titanic: era un edificio abandonado con forma triangular y unos 20 metros de altura, con tres plantas sin paredes pero con techos y con forma triangular parecida a la de un barco, exactamente a la del famoso barco titanic. Pero lo que más me sorprendió es la cantidad de personas que había en el sitio, la mayoría de ellos jóvenes inmigrantes de diferentes nacionalidades, y la insalubridad que reinaba en el sitio: sin agua y sin luz, basura y restos de comida y jeringuillas tirados por los suelos. En ese momento entendí otra vez que sigo estando en la calle y que va a ser tarea difícil, muy difícil salir de ella.

Sin bajar de ánimo, y mientras consigo protegerme de la lluvia y de los controles policiales, era un paso adelante, no atrás.

A la mañana siguiente me levanté temprano, con mi pasaporte, mi título de bachillerato y mis 10 euros en mano (era lo más valioso que tenía). Fui directamente a las oficinas de lanbide para ver si podía apuntarme en un curso aun siendo ilegal. Mi gran sorpresa y alegría fue que era cierto, pero con una condición: había que presentar un empadronamiento además del pasaporte. No iba ser fácil pero tenía ilusión y ganas.

Después de unos meses en la calle, conseguí mi empadronamiento en un centro de acogida donde estuve casi un año. Terminado el año tocaba volver a la calle por no poder presentar documentación para pedir una ayuda económica. Los requisitos habían cambiado. Ahora pedían 3 años de padrón, no uno.
Me veía otra vez en la calle como ocupa en una nave industrial en Erandio, cansado de comer en comedores, de llevar una vida de calle, una exclusión terrible. Y donde mi única escapatoria era el alcohol, y consciente del riesgo que lleva mezclar calle y alcohol, empieza a rondar por mi cabeza la idea de irme de Bilbao, más por no ver salida a mi situación y por miedo a convertirme en un alcohólico tirado por las calles que por otra cosa.

Hasta que se me presentó la oportunidad de cursar un grado medio en la escuela de química y electrónica de Indautxu, a través de un acuerdo que tenía la escuela de química con la fundación Ellacuria. Se hace mi derivación a esta última, para estudiar mi situación y desde la primera entrevista con ellos sentí que no estamos solos (inmigrantes) y que hay gente que está trabajando en la sombra para poder cambiar la vida de otros. Mientras esto pasaba, ya se han pasado 2 meses desde que empecé a estudiar, pero sigo viviendo en la calle y a decir verdad, me resultaba muy difícil seguir el ritmo de los compañeros de clase.

Hasta que un 24 de noviembre de 2013, día de mi cumpleaños, recibo una llamada del centro Ellacuria con la noticia de que hay un colectivo de personas que se hace cargo de pagarme una habitación para poder estudiar. Se me hizo raro que alguien me ofreciese una ayuda sin conocerme en persona, pero por un momento me olvidé de preocupaciones teniendo la sensación de que sigue habiendo en el mundo gente que cree en el ser humano y sobre todo en la gente excluida. Pero por momentos seguía preguntándome: “¿quiénes son estas personas que te ayudan sin conocerte en persona? y ¿Por qué?”

Después me entere a través de la fundación Ellacuria que son gente de CVX, así que decidí escribirles una carta para darles las gracias por la ayuda económica ofrecida. Para mi gran sorpresa, al conocerles vi que no era como me esperaba: una oficina con despachos y al llegar tienes que esperar tu turno con mi nombre y apellido en una carpeta con mi número de caso. Eran personas y familias normales y corrientes que te abren la puerta de su casa y sus corazones y a través de sus ojos tienes la impresión de que te están diciendo “en que te podemos ayudar para que puedas hacer tu camino”.

Eso por la única razón de que creen en una sociedad justa y de iguales oportunidades para todos.

Ahora me está resultando muy interesante acercarme a éstas personas donde se respira hermandad y amor, cariño y tener la sensación de pertenecer a un colectivo que no juzga por la apariencia o por la situación social o por la religión.

Es tan bonito el descubrimiento y tan fuerte hasta el punto de que ha cambiado mi visión y reflexión hacia la vida y el trato hacia a los demás. Antes tenía una rabia hacia cualquier mirada, y estuve preparado a saltar a cualquier comentario malo hacia mi persona. Ahora me he dado cuenta que con el amor se pueden cambiar muchas cosas en una persona y una sociedad.

Ahora estoy viviendo en la comunidad de Matico, compartiendo piso y momentos de risas, de reflexión, de discusiones, con unas personas que me resulta difícil expresar lo que significan para mi aunque creo que hay una forma de decirlo: Les ADMIRO.


Para acabar quiero dar las gracias a todas las personas que han creído en mí, y a los que no dan a ninguna persona en este mundo por perdida.
BEGO, GUILLER, CHERRA, EDITH, ASIER, AYES, MAITE, CHICOTE, MARIA, PELLO, KEPA, CVX… Y MUCHOS MAS