Al Hilo del Evangelio. Marcos 9,30-37

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado". 
Se nos ha repetido tanto que se nos ha incorporado a nuestra manera de pensar el concepto de la competitividad. Se nos dice que la economía debe ser competitiva, que las empresas deben ser competitivas, que los trabajadores deben ser competitivos, que los estudiantes deben prepararse para ser competitivos, etc., etc.

Sin ser un experto en economía, debo admitir que esta idea tiene una parte de verdad, a la que me referiré más adelante, pero también percibo en ella una trampa que no siempre se nos hace notar.
No me gusta la palabra competitividad, porque en el fondo, está trayendo al ámbito de las relaciones humanas un concepto de predominio de unos sobre otros, de selección natural, que acaba despreocupándose por los que no dan el nivel, por los perdedores.

Durante estos días, en plenas competiciones de carnaval, una de las candidatas daba el siguiente titular: “El segundo es el primer perdedor”. Sinceramente, me parece algo muy triste pensar así. Si aplicamos esta lógica, estamos propiciando una dinámica terrible que condena al desprecio y a la frustración a todos aquellos que no son el primero.

Por eso, no deja de sorprenderme esa frase del evangelio de que “el que quiera ser el primero debe hacerse el último y servidor de todos”. Desde luego, no puede haber un principio más opuesto a la competitividad. La clave de Jesús está en el servir y no en el dominar, como sucede en esta cultura nuestra donde el segundo es el primer perdedor.

Nadie discute que tanto las empresas como los trabajadores deben ser cada vez más eficientes, hacer mejor las cosas. Pero eso no siempre se identifica con el que unos pasen por encima de otros. Eso, nos llevaría sin remedio, nos está llevando habría que decir, a una ley de la selva despiadada. Hay otras alternativas, y estamos obligados a buscarlas y hacerlas viables.

Cuando se pone en cuestión esta dinámica de la competitividad salvaje, que no atiende a nada más, sus partidarios se defienden con el argumento de que ese es el único camino posible, y llegan a plantear lo que algunos han denominado la teoría del derrame, es decir que la prosperidad que se alcanzará por este camino, acabará llegando a todos indirectamente . En ese sentido me parece muy oportuno hacerme eco de unas palabras del papa Francisco, de la recientemente publicada “La Alegría del Evangelio”. Después de oponerse al sistema económico actual, que describe como una economía de la exclusión y la inequidad, una economía que mata, nos dice: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.” (EG 54)

Efectivamente, como nos señala el Papa Francisco, el principal argumento de los que defienden e-ta economía es algo que nunca ha sido confirmado por los hechos. Pero lo que ha sido confirmado infinidad de veces, en las familias y pueblos que han superado grandes dificultades, aunque muchos se empeñen en ocultarlo es que la cooperación, el servicio, el hacernos responsables unos de otros da resultado, nos saca adelante.

Esa es la clave. A ella debemos aspirar. Con ella debemos trabajar: El que quiera ser el primero que se haga el último y servidor de todos.

Pedro Bolaños, de CVX en Gran Canaria