Comentario a la parábola del deber del siervo



Evangelio según San Lucas 17,7-10. “¿Quién de vosotros que tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: `Pasa al momento y ponte a la mesa?' ¿No le dirá más bien: `Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme y luego que yo haya comido y bebido comerás y beberás tú?' Acaso tiene que dar las gracias al siervo porque hizo lo que le mandaron? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron, decid: No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que debíamos hacer."
El deber de cada uno, en su familia, en su trabajo, en su comunidad, resulta algo claro cuando se trata de señalarlo en otros. Casi siempre, sabemos ponerlo de relieve cuando se deja de hacer más que cuando se hace con naturalidad.

No todos entienden como su deber lo mismo, o de la misma manera. Y esta diversidad de criterios está en el origen de no pocos conflictos en todos lo ámbitos.

Cuando nos referimos a las obligaciones, podríamos separarlas en dos grandes grupos entre aquellas que me viene de fuera y las que me nacen de dentro. Por ejemplo, cumplir con un determinado horario de trabajo es casi siempre una imposición desde fuera, y ocuparse de un hijo suele ser algo que nace desde dentro.

Sabemos que hay personas que asumen tanto sus responsabilidades que no es necesario que nadie les tenga que recordar sus obligaciones, del mismo modo que también hay quien se desentiende de aquellas más personales e intransferibles.

Reflexionando sobre esto me pregunto por qué agradecemos a alguien que nos atiende porque es su deber. Si le corresponde hacerlo no es algo gratuito, y por tanto agradecible. Y sin embargo lo solemos hacer. Quizá sea por pura cortesía. Pero pensándolo bien, creo que lo hacemos cuando esa persona que nos ha atendido lo ha hecho de una manera cordial y atenta, más allá de su estricta obligación. Dicho de otro modo, hay personas que se limitan a cumplir su deber y otras, que además de cumplirlo, lo hacen con una amabilidad que va más allá de su estricta obligación. Por tanto, lo que agradecemos en ellas no es que cumplan con su deber, sino que van más allá de él y se acercan a la persona que tienen delante con espíritu de servicio.

Creo que todos tenemos experiencias de esto, en uno y otro sentido, y por tanto, sabemos de primera mano de la eficacia que tiene el hacer las cosas con amabilidad. Sin embargo, a pesar de esto, muchas veces, agobiados por las prisas o por el ambiente agresivo y competitivo en el que vivimos, no nos comportamos así.

Resulta llamativo también que las personas que actúan de esta manera dulce en sus obligaciones, casi siempre responden a nuestra gratitud expresada con humildad, simplemente diciendo que no hay nada que agradecer, que es su deber. Esas personas, han sabido convertir su obligación en una oportunidad para ayudar, para servir, y lo que es más importante, lo hacen agradecidos por poder hacerlo, manifestando en su vida cotidiana aquello del evangelio, de que somos simples servidores y no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Pedro Bolaños Armas, desde CVX en Gran Canaria