Ana Fuentes, de CVX-Tenerife, comparte a la luz de la fe algo que ha sucedido en su centro de trabajo.
Un profesor de secundaria fue agredido por uno de sus alumnos. No voy a entrar en detalles de cómo sucedió todo sino de las repercusiones que esto ha tenido en el entorno escolar a la luz de la fe.
El alumno, aún en el
aula y en compañía de sus compañeros que lo habían atajado, recapacitó y
reconoció que hizo mal, que había sobrepasado los límites, que no pensó en lo
que hacía.
Esto al profesor le
bastó para reconducir la situación, utilizar el hecho con una finalidad
educativa en las clases posteriores, hacer reflexionar a los alumnos de las
consecuencias que tiene hacer uso de la violencia para resolver los conflictos,
para que reconozcan que hay límites que no se pueden sobrepasar.
Pero las normas en
cuanto a una agresión a un miembro de la comunidad educativa son claras y
tajantes al respecto: expulsión definitiva del centro.
Esto ha creado dos
posturas claramente opuestas en el centro, creando bastante tensión: por un
lado los que dicen que la ley tiene que ser igual para todos independientemente
de la persona, que el que la hace la paga, que el profesor ha de pensar primero
en sí mismo, en su integridad, seguridad y respeto, que este profesor se
equivoca, que es un ingenuo.
Por otro lado están
los que defienden que la expulsión definitiva del centro, en el caso de este
alumno, es excesiva. Que debe tener una sanción pero permitiendo la posterior
incorporación al centro del alumno. Que ven lo ocurrido como una oportunidad
educativa excepcional para los alumnos, de aprender las consecuencias de la
falta de reflexión y del uso de la violencia.
A mí todo esto me
habla muy claro. Veo dos posturas que me recuerdan a Banderas de los EE: la
postura de los que juzgan, condenan y excluyen, ponen su propio yo en el centro
como lo más importante. De los que tienen miedo de que vuelva suceder y les
suceda a ellos. “El que la hace la paga” es venganza y otra forma de violencia.
Es responder con violencia a la violencia. No reconstruye a la persona ni la
educa, solo la aparta, la excluye, huye del problema, no lo afronta ni se
responsabiliza.
Y los que creen en la
recuperación de la persona por encima de su propia seguridad e integridad personal,
que lo que hay que hacer es posibilitar la convivencia en vez de juzgar,
condenar y excluir. Los que quieren educar para vivir y para convivir con los
demás. Dar oportunidades de cambio, de conversión. Los que quieren construir
una sociedad en la que el perdón resuelva conflictos y reconstruya las
relaciones. Una sociedad de segundas oportunidades. Me viene también aquí la
escena de Jesús con la adúltera.
Siempre me queda la
duda si no sería lo mejor poner al alumno frente a las últimas consecuencias de
sus actos.
Hoy al llegar a mi
centro, me he encontrado que un compañero de trabajo ha renunciado a trabajar
en educación. A veces las heridas son demasiado profundas y no nos duele a
todos por igual.
División traes,
Señor, confrontación y tensiones en nuestra vida de cada día.
Dame la gracia de
aprender a hacer las cosas a tu modo, siempre con la sospecha si de si no las
estaré haciendo al mío.
Ojalá el miedo a la
persecución no nos ciegue y nos impida vivir con autenticidad tu evangelio para
conocer así al verdadero Señor de la Paz.