El pasado 9 de junio celebramos la memoria del jesuita lagunero José de Anchieta y recuperamos esta reflexión de Lucas López SJ a partir de algunos datos de su vida.Ignacio de Loyola, al señalar las cualidades que debía tener quien fuere admitido en la Compañía, mostraba la conveniencia de que no se tratara de infantes, sino de hombres que estuvieren ya “salidos de muchacho”.
A muchas personas de
nuestras islas les tocó, a lo largo de la historia y de su historia personal,
dejar esta tierra nuestra insular para recorrer mundos. Es una experiencia
común a muchos canarios.
En la última bajada
de la Virgen de Las Nieves, en La Palma, llegué al Santuario Mariano antes de
la misa de romeros, con bastante antelación. Me senté con un amigo al que hacía
mucho tiempo que no veía. Poco a poco, en medio de un rumor que no llegaba a la
categoría de barullo, se fueron llenando todos los bancos del templo. Olía a
incienso mezclado con el aroma de la cera ardiendo en los candeleros de los
santos. Como aumentaba la bulla, empezamos a hablar cada vez en voz más alta y
uno de nuestros vecinos de banco comentó: “yo es la primera vez que vengo
después de veinte años”. Aquella frase fue el disparadero para una conversación
que nos llevó por la historia personal de las diez o doce personas que estábamos
en las tres hileras de bancos. Ninguno vivía en La Palma de forma estable.
Había una religiosa que había llegado de un país centroafricano; un matrimonio,
que había viajado desde Venezuela, volvía ante la Patrona por primera vez en
treinta años; yo mismo conté que hacía veinticinco años que no participaba de
aquella celebración. Otro señor nos relató una peripecia que le había llevado a
Buenos Aires y a Tucumán; volvía a aquella celebración de romeros después de
treinta y cinco años de ausencia.
José de Anchieta
salió de su casa siendo un muchacho. Dejó la isla para estudiar en la
universidad de Coimbra, una de las más prestigiosas de aquella época. Nunca más
regresó a Tenerife, nunca más volvió a La Laguna.
Cuando retornamos, después de muchos años, a los lugares que nos vieron crecer, la primera impresión es de extrañeza. Todo parece más pequeño y, además, con frecuencia, todo ha cambiado mucho. Ciertamente, quienes dejamos las islas en los últimos treinta años, al volver, nos encontramos transformaciones en los paisajes y en los modos de vida que, a veces, difícilmente casan con aquellas imágenes que permanecen todavía grabadas en el fondo de nuestros ojos como sólo quedan impresas, envueltas en cierto aire de ensoñación, las cosas que vimos y tocamos en nuestra infancia. [..]
(Puedes seguir
leyendo el resto de esta reflexión publicada el 10 de junio de 2007 en el
siguiente enlace a la web de la Red Ignaciana de Canarias Anchieta http://www.redanchieta.org/spip.php?article105)