Francisco de Asís, un pobre que canta


Pocos personajes de la historia han llamado tanto la atención a los estudiosos como san Francisco (1182- 1226), reconocido en los ambientes más diversos - creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos- como una de las personalidades más fascinantes de la historia del cristianismo. Ya el polémico filósofo Renán le llamó el segundo Jesucristo. Pero Francisco sigue siendo un misterio, y un misterio no puede ser desvelado a la ligera, de lo contrario se le destruye. No obstante, para que el santo de Asís nos diga su verdad y nos desvele su secreto hay que acercarse a él con respeto y afecto.

Es un hecho que cada generación ha tenido su san Francisco: pacificador en tiempo de luchas y guerras; pobre y libre en época de desviaciones morales; hay un Francisco romántico, como hay un Francisco reformador social. Hoy se consolida la imagen de un Francisco pacifista y ecologista. Francisco será siempre un peregrino de lo absoluto (Congar), marcado siempre por el deseo ardiente, alegre y purificador de lo divino. Así escribió en su Regla: “Y guardaos de aparecer exteriormente tristes e hipócritamente sombríos; antes bien, mostraos gozosos en el Señor, alegres y convenientemente agradables”. Será, además, el hombre evangélico que se esforzó por dar vida y palabra al Evangelio. Estuvo cautivado por el anuncio del evangelio, haciéndolo norma de vida para él y para sus compañeros, los hermanos menores.

Francisco fue el hermano universal. En él se hace realidad uno de los sueños más profundos e irrenunciables de los humanos: la fraternidad con las personas y con todos los seres creados. Su fraternidad le lleva al respeto por los diferentes, la exclusión de todo dominio, el servicio y la obediencia recíproca, el afecto mutuo, la predilección por los enfermos y los marginados y el perdón como el acto más lúcido y creador de reconciliación fraterna.. Se ha dicho que su “Cántico de las criaturas” (o el himno al Hermano sol) señala el punto álgido de su desprendimiento y reconciliación.

Francisco es un pobre que canta. Para él la pobreza, la dama pobreza, no es renuncia, sino comunión, y en él va unida a la alegría y al canto. En sus escritos su voz se carga de lirismo con el que canta su experiencia de Dios, del amor de Dios. Tanto le quería que a veces salía por las calles gritando “¡El Amor no es amando!”. En sus cartas firmaba como “vuestro pequeñuelo siervo”, como expresión de su abierta renuncia a toda forma de poder material y espiritual. Imposible decirlo todo en una página. Torpemente me he querido acercar al secreto de Francisco. Un secreto que da talla gigante a su desarrapada figura de mendigo.

He aquí una de sus joyas más cantada y rezada: “Señor, haz de mí instrumento de tu paz. Que donde hay odio, ponga yo amor. Que donde hay ofensa, ponga perdón. Que donde hay discordia, ponga amor. Que donde hay error, ponga verdad. Que donde hay duda, ponga fe. Que donde hay desesperación, ponga esperanza. Que donde hay tristeza, ponga yo alegría…” Todo para gloria del Señor y del pobrecillo de Asís. Amén.

P. José Sánchez Luque