Reflexión a propósito de la asamblea CVX-Tenerife

Observo constantemente en mi hija mientras juega que de vez en cuando siente necesidad de acudir a donde yo me encuentro y ver qué estoy haciendo, contarme lo que está haciendo ella, pedirme ayuda en algo o simplemente ver qué pienso observando mi reacción cuando me cuenta alguna travesura. En definitiva creo que necesita saber que tiene a su madre ahí, sentirse segura, amada, cuidada y acompañada.

En nuestra asamblea de CVX han surgido de nuevo los cansancios, los servicios vividos con agotamiento y como cargas, la sensación de tener que hacer más de lo que podemos, las decisiones forzadas, las responsabilidades no deseadas. Hemos visto la falta que tenemos de hacer oración y de hacer uso de los medios que disponemos en la CVX.

Debemos caminar a la par en nuestras misiones cotidianas a las que el Señor nos envía y a la vez hacer oración, acudir “de vez en cuando” al Señor, saber de su presencia constante en lo que vivimos, para sentirlo y saborearlo, sentirnos seguros, amados, cuidados y acompañados.
Contémosle lo que estamos haciendo, preguntémosle qué quiere de nosotros, si es ahí donde realmente debemos estar o por el contrario debemos reformular nuestros compromisos, poner la mirada en otros servicios, reconocer si hay otras misiones a las que debemos prestar más atención, que nos necesitan más… buscando en definitiva el mayor servicio.
Cómo sabemos que vivimos nuestra auténtica misión si no le preguntamos al Señor: ¿Qué quieres de mí? ¿A dónde me quieres llevar?
¿Cómo podemos decir que una misión es de Dios si es a Dios al que menos atendemos y le consultamos a la hora de vivirla y de tomar decisiones?
¿Nos habremos puesto nosotros en el centro, en el lugar del Señor?

Pidámosle tener sus ojos, sus oídos, sus palabras y sus sentimientos para llevarlos a nuestras misiones de cada día. Sólo así serán misiones de Dios.
“Hay que insistir en el gozo de la llamada, no sólo en la responsabilidad de la respuesta. Es una cuestión de amor: es Dios que me pide salir conmigo, que me pide casarse conmigo, que me pide ser su amigo, su amante, que me llama, que me elige (Jn 15), que no me llama siervo sino amigo, que no me quiere como servidor suyo sino como compañero. Esta es la llamada del Rey Eternal, para estar con Él, para venir conmigo, para trabajar conmigo, para dejarme conquistar por Él,…” (Alfonso Salgado)

Cierto, la oración y los ejercicios no son el fin en sí mismos, pero debemos caminar en nuestras misiones a la par con ellos, haciendo uso de ellos, como cosas que están entrelazadas y en simbiosis, que se retroalimentan: la misión de la oración y la oración de la misión.

Cada una por separado sin la otra, no tienen sentido en nuestra vocación particular dentro de la iglesia: ser contemplativos en la acción.

Un abrazo, Ana Fuentes (CVX-Tenerife)