Preparar el corazón


"Cuentan que un sacerdote y un taxista que tenían idéntico nombre, murieron el mismo día. El taxista tenía fama de ser muy mal conductor, mientras que el sacerdote era reconocido entre sus vecinos como santo. Al llegar al cielo, al taxista lo atendieron muy bien; lo hicieron seguir a la mejor sala y le dieron un puesto importante, mientras que al sacerdote lo dejaron a un lado. Cuando el sacerdote se dio cuenta de la discriminación con que lo habían tratado, le dijo a San Pedro: “Oiga, debe haber una equivocación. Ese señor taxista se llama igual que yo, pero tenía pésima fama entre los vecinos de nuestro pueblo. ¿Cómo es posible que lo hayan recibido como a un santo, mientras que a mi, que fui sacerdote toda la vida, me han dejado en un puesto sin el menor brillo?” San Pedro, entonces, le explicó al sacerdote: “Mire, aquí trabajamos por resultados”. El sacerdote puso cara de no haber entendido nada, de modo que San Pedro continuó: “Verá usted, los informes que hemos recibido dicen que cuando ese taxista conducía, todo el mundo rezaba, incluidos los que iban en el taxi. Pero nos han informado que cuando usted predicaba los domingos en la parroquia, todo el mundo dormía...”.

Es posible que nuestro corazón, como el pesebre de Belén, no sea el lugar más elegante, ni tenga todas las comodidades de un gran palacio. Es posible que nuestro corazón necesite una limpieza y algunos ajustes para acoger al Hijo de Dios. Lo importante es que esté dispuesto a recibir la pequeñez de un Dios que se abaja para rescatarnos. Muy seguramente esto significará un cambio de rumbo en nuestro camino, una reforma de vida, una transformación interior. Y, por otra parte, esto tendrá que hacerse visible y expresarse en comportamientos nuevos de cercanía a los más frágiles, de acogida a los más débiles, de amor a los más pequeños. No olvidemos tampoco que lo más importante no son los títulos o las certificaciones. En el cielo nos evaluarán por los resultados".

Hermann Osorio SJ