Personas-pastores que sean capaces de oír, creer, y ponerse en
camino, pase lo que pase, superando el conformismo, las dudas o
el riesgo al fracaso.
Personas-estrellas que iluminen, que estén siempre presentes en
las encrucijadas de los caminos, prestos y dispuestos a dar
claridad.
Personas-ángeles que comuniquen las buenas noticias de cada día
no los chismorreos y las peroratas que, en el 90 por ciento de los
casos, se utilizan para hablar mal del otro.
Personas-bueyes o mulas que den calor, que estén siempre en el
lugar exacto, arropando, alentando, dando amor.
Personas-pesebres que estén dispuestas a ofrecer lo mucho o lo
poco que tengan. Que sus corazones estén de par en par abiertos
a cualquiera que necesite entrar en ellos.
Personas-magos que se dejen contagiar por la magia de Dios y
estén siempre dispuestos a abrir sus cofres para ofrecer lo
mejor de sí mismo.
Personas-bebés que durante estas Navidades se conviertan en
niños, indefensos y necesitados, transparentes y limpios, para
que sientan cómo el Dios Niño que viene a este mundo va a
requerir, y mucho, de nuestra ayuda.
Personas que como María acojan la palabra, la guarden en su
corazón y consientan albergar a Dios en sus entrañas.
Personas que como José guarden silencio ante el misterio que le
sobrepasa, y se fíen sencillamente del proyecto amoroso de Dios
para la Humanidad.
(Cfr. J. M. Escudero. Revista Misión Joven)