El poder sobre la vida del otro


CARLOS COLÓN | GRUPO JOLY

NO entiendo por qué en las primeras 14 semanas del embarazo la vida o la muerte del embrión, en las primeras ocho semanas, y del feto, a partir de la novena, dependen totalmente de una gestante investida del pavoroso poder de decidir sobre la continuidad o la extinción de una vida; y que a partir de la decimocuarta semana esa misma vida esté constitucionalmente protegida. Y no lo entiendo, no sólo por imperativos éticos o religiosos, sino científicos.

De un lado, los avances genéticos han demostrado que el embrión y el feto son seres dependientes vitalmente de la gestante pero con identidad genética individual propia desde el primer momento de su desarrollo. De otro, pese a los espectaculares avances médicos, la viabilidad del feto sólo posible a partir de las 25 semanas. Por ello me pregunto: ¿es lícito considerar ese ser vitalmente dependiente, pero con identidad genética propia, una parte del cuerpo de la mujer -como el apéndice o la vesícula- y por ello extirpable? Y aun en el caso de que fuera sólo una parte del cuerpo de la gestante, ¿es lícito tratarlo peor que los órganos que ningún médico extirparía si estuvieran sanos? ¿O acaso se trata al feto-que es un otro- como un tumor que hay que extirpar? A veces el embarazo puede suponer un peligro para la vida de la madre, pero está estadísticamente probado que estos casos son mínimos en los abortos practicados. En su inmensa mayoría tanto el embrión como la mujer gozan de perfecta salud y el embarazo no supone ningún riesgo. Ni físico ni social, ya que el antiguo y bárbaro rechazo de las madres solteras y la indefensión de los hijos que se llamaban naturales ya no existen social ni legalmente.

Por lo tanto, la decisión de matar al embrión es totalmente subjetiva y emocional; e ignora tanto lo que la ciencia ha aportado sobre la independencia genética del feto como los progresos sociales y legales sobre la situación de las madres solteras y sus hijos. Lo que permitiría decir que obedece a cuestiones emocionales, acientíficas y socialmente superadas. Es por ello admirable la habilidad dialéctica y propagandística de quienes siguen presentando el aborto libre como progresista, racional, científico y moderno. Logrando, de paso, presentar a quienes lo objetan total o parcialmente -ya sea por razones éticas, científicas o religiosas- como retrógrados, irracionales, anticientíficos, antimodernos y hasta cruelmente indiferentes hacia los sufrimientos de las mujeres, bárbaramente ignorantes de sus derechos y fundamentalistamente sometidos a credos que les impiden pensar por ellos mismos. Hábiles son, hay que reconocerlo.