La mujer en la publicidad (ABC, 19-10-09)

Ignoro quién acuñaría lo de «sexo débil», pero estoy segura que el creador de tan desafortunado término no vio nunca la televisión ni mucho menos los anuncios que en ella se emiten.

Ignoro quién acuñaría lo de «sexo débil», pero estoy segura que el creador de tan desafortunado término no vio nunca la televisión ni mucho menos los anuncios que en ella se emiten.Me explico: veamos la imagen que se ofrece de nosotras en la publicidad y seguro que no volvemos a hablar de «sexo débil». Es cierto que sólo nosotras hemos de padecer todos los meses la menstruación, hecho biológico incustionable, pero eso no es problema según los anuncios, porque estamos siempre sonrientes, felices, podemos bailar, montar a caballo y bucear celebrando la suerte de ser mujer. Y una porra.
Sólo las mujeres, según los anuncios, tenemos incontinencia. También somos nosotras quienes sufrimos en silencio las hemorroides, salvo algún aguerrido ciclista. También somos las únicas a las que se nos cae la dentadura postiza, sufrimos debilitamiento del esmalte dental o necesitamos fortalecer nuestras encías.
Asimismo, únicamente a nosotras nos molestan los callos en los pies o se nos agrietan los talones, y ni qué decir tiene que sólo las mujeres necesitamos ayuda para las piernas cansadas de estar de pie todo el día.
Ostentamos, además, el monopolio de sufrir aerofagia, y también de la eufemísticamente llamada falta de regularidad -vulgo, estreñimiento-, faltaría más. Y por supuesto, sólo a nosotras afectan los molestos picores en nuestras partes íntimas.
Y, por si no tuviéramos bastante por padecer todo estos males, hemos de pelear a diario por eliminar nuestra celulitis o hacer desaparecer nuestras arrugas, que las de ellos no importan.
Ellos, eso sí, se han de preocupar por si les cae el cabello, pero a nosotras no sólo no nos ha de caer, sino que debemos tenerlo abundante y sedoso, libre de canas y de un color brillante y maravilloso.
Pero eso no es suficiente, no. Mientras nos ocupamos de todo esto, competimos con la vecina por lavar más blanco, por llevar a los niños más preciosos al cole, por prepararles estupendas meriendas libres de grasas pero nutritivas, porque desayunen de una manera equilibrada y hasta por librarles de la pediculosis, que ya se sabe que nadie te quita los piojos como tu mamá.
Y, para redondear el pastel, nos preocupamos porque nuestro marido o compañero no tenga colesterol porque nos ocupamos personalmente de que se tome el producto al efecto, de que no le huelan los pies porque les compramos plantillas, de que coma bien porque le preparamos los más suculentos guisos con la ayuda de las mejores marcas y hasta de saber qué día es el adecuado para engendrar un bebé.
Y mientras padecemos todos estos males, cuidamos nuestra cara y nuestro cuerpo, y velamos por nuestro marido y nuestros hijos, hemos de estar divinas de la muerte, no vaya a ser que se celebre una fiesta y nos confundan con nuestra madre.
Pero ya lo dice la publicidad: ser mujer es maravilloso. ¿Alguien se atreverá a repetir que somos el sexo débil?
Porque nadie, sino nosotras, merecemos que se nos considere el sexo fuerte... aunque a veces un poquito de «debilidad» no nos vendría mal por una vez. Y si no, que se lo pregunten a mi amiga, cuya idea ha inspirado estas líneas.