SANTIAGO´09: EUCARISTÍA con el ARZOBISPO COMPOSTELANO

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y a Pedro que pide ir a su encuentro. Los apóstoles acababan de vivir esa experiencia de la multiplicación de los panes. Recordaban el “dadles vosotros de comer”, orden que les había parecido absolutamente imposible de cumplir. Pero, en definitiva, la palabra de Jesús se cumplió, pues “comieron todos y se saciaron”. Cuando Jesús hubo reparado las fuerzas de todos, entonces “obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente”. El Evangelio incluye una observación que es una magnífica lección para nosotros: “Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí”. Jesús sentía necesidad de la soledad y del silencio para entregarse a la oración. Entretanto la barca en que estaban los discípulos comenzó a ser agitada por las olas y por el viento contrario de manera que no lograba avanzar. Esto no les daba miedo porque conocían el lago como la palma de su mano. Poco antes del alba, “vino Jesús hacia ellos, caminando sobre el mar”. Ahora sí que tienen miedo. Es el miedo del hombre ante lo trascendente, ante una manifestación de la divinidad: “Viéndolo caminar sobre el mar, los discípulos se turbaron y decían: 'Es un fantasma', y se pusieron a gritar”. Pero escuchan la palabra de Jesús: “¡Animo!, soy yo; no temáis”, y sintieron alivio. En medio de este entusiasmo Pedro dice a Jesús: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre las aguas”. La petición parece hasta temeraria. Los otros apóstoles se quedaron expectantes de la respuesta de Jesús. Para su sorpresa, Jesús responde: “¡Ven!”. Y aquí empieza la aventura de la fe. Se puede explicar lo que es la fe de manera teórica. Pero lo que ahora sucede es una representación plástica de lo que es la fe en Cristo.