Una ANCIANA llamada IGLESIA

A todos nos gustaría que la Iglesia fuese joven, fuerte, vigorosa, audaz, imaginativa, primaveral, atractiva… pero la encontramos cansada, agobiada, silenciosa, como temerosa, casi muda. Nos parece vieja, anciana, a veces casi tememos que tenga Alzeheimer: recuerda el pasado, lo repite, pero parece que el presente se le escapa, es casi miope para comprender las nuevas luces que brillan y que exigen respuesta. Otras veces nos parece sorda, no escucha los gritos y el vocerío de un mundo agitado y turbulento. Los jóvenes la abandonan hastiados de ver su estadio deplorable; tan callada, tan pasiva, tan torpe, tan poco acogedora. Otros la atacan violentamente, la hieren, incluso anuncian su muerte próxima: “es cuestión de tiempo, es del pasado, es una reliquia anacrónica, es un objeto de anticuario”. Otros la quieren rejuvenecer con técnicas artificiales, antioxidantes, antiarrugas. Pero ella no se deja. Otros la ven sucia, manchada, descuidada, abandonada, desatendida, como si nadie la cuidara e intentan auxiliarla con cariño, es tan vieja la pobre… Pero ella calla, medita en su interior, recuerda años pasados, cuando era joven y pobre, cuando la persiguieron, cuando la coronaron como reina y maestra, cuando la unieron a príncipes y reyes, cuando todos se proclamaban hijos suyos. Y ella sonríe, pues siempre quiso ser como al comienzo, fiel al Espíritu, sencilla, pobre, transparente, abierta a todos, fecunda, libre, evangélica, como su Esposo el Señor. Agradece a sus hijos que la quisieron volver a sus orígenes, a sus hijos fieles, que no buscaban su propio provecho sino el del Señor.
Por Víctor Codina sj
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