NI UN DÍA, NI UN CÉNTIMO

La presa Hoover, considerada como una de las grandes obras de la ingeniería civil de toda la historia, fue construida entre 1931 y 1936, en el río Colorado, en plena Gran Depresión norteamericana, y las obras finalizaron casi dos años antes de lo previsto, gracias al empeño del ingeniero encargado de la construcción, Frank Crowe. Para conseguir su reto, Crowe presionó día y noche a los trabajadores, sin importarle los riesgos que corrían, sin abastecerles de agua potable suficiente y sin tomar la menor precaución para que no resultaran intoxicados por monóxido de carbono, como les ocurrió a bastantes de ellos. Evitar esas muertes y esas terribles condiciones de trabajo hubiera retrasado la obra quizá seis meses, dentro del plazo autorizado, pero a Crowe le gustaban los retos y ser competitivo. La obra hubiera sido la misma, igual de grandiosa, igual de importante, igual de útil... pero había simplemente una empresa y un hombre que no estaban dispuestos a perder un penique ni a perder un día.
La historia de Crowe viene a cuento de otras muchas, igualmente terribles, e incluso peores, que jalonan la biografía de pretendidos grandes hombres y de famosas grandes empresas. Una de ellas, una de las peores, ocurrió en 1996 en Nigeria, cuando la multinacional farmacéutica Pfizer, la más grande del mundo, autorizó a realizar ensayos clínicos de un nuevo antibiótico, posiblemente indicado para la meningitis y otras graves infecciones, con doscientos niños nigerianos. Once de ellos murieron y otros 181 sufrieron daños cerebrales. 
Publicado en el País por Soledad Gallego-Díaz